martes, 17 de abril de 2012

Miscelánea

- Casi todos creen que los acontecimientos ocurridos el año 2000 pertenecen al nuevo milenio; nosotros no. El año 1900, por ejemplo, corresponde al siglo XIX, no al XX. No es difícil darse cuenta de esto: así como el diez forma parte de la decena, el 100 también lo es de la centena, por lo tanto todo lo que ocurrió a lo largo del año 1900 perteneció al siglo que acababa, no al que empezaba. Igualmente, los acontecimientos ocurridos durante los doce meses del año 2000 pertenecen al siglo XX y, por ende, al milenio pasado. Sobre la base de este razonamiento, lo correcto hubiera sido festejar la llegada del nuevo milenio el 31 de diciembre de 2000, no antes.

- Hace unos días, en un programa radial, un «eminente» analista político ponía en boca de Maquiavelo, como casi siempre se hace, la famosa frase «el fin justifica los medios». Nosotros, que lo hemos leído, podemos afirmar que jamás el pensador florentino dijo expresamente eso. ¿Alguien nos puede demostrar lo contrario?
Pero situaciones así hay muchas. Por ejemplo, Darwin jamás dijo que el hombre era descendiente directo del mono o de algún simio conocido; lo que dijo fue que los hombres y los antropoides tenían antepasados comunes, cosa que es distinta. Y podríamos continuar con cosas como la manzana de Newton, el huevo de Colón, el complejo de Electra de Freud… pero nos extenderíamos demasiado.

Nicolás Maquiavelo (1469-1527), autor de El príncipe.


- La naranja mecánica es una buena novela, pero quizá sea mejor la película basada en ella. Su autor es el inglés Anthony Burgess, a quien, nos acabamos de enterar, le pasó algo parecido que al gran Hölderlin. Los médicos le diagnosticaron un tumor cerebral y le dijeron que solo le quedaban doce meses de vida. Burgess no se echó a morir, sino más bien entró en un frenesí total y se dedicó a escribir febrilmente. Sin embargo el diagnóstico resultó equivocado. El escritor vivió 34 años más.

- La semana pasada leímos El banquete de Platón, que no es gran cosa. Mucha cháchara, mucha retórica, mucho adorno; muy celestial; un libro anodino. Se dice con mil palabras lo que fácilmente se podría decir con cien, y eso atiborra la mente. No obstante, valgan verdades, la lectura sirvió de algo: Platón nos curó el hipo. Hay un pasaje en el libro donde Erixímaco le dice a Aristófanes, quien padece un ataque de hipo y por ello no puede hablar: «mira a ver si conteniendo un buen rato la respiración se te quiere pasar el hipo, y si no, haz gárgaras con agua. Pero si es muy pertinaz, coge algo con lo que puedas hacerte cosquillas en la nariz y estornuda». ¡Grande Erixímaco!


José Manuel Coaguila

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