Ya estoy
harto de que mi computador cambie mi apellido Coaguila por Coahuila,
como si me estaría refiriendo al estado mexicano donde nació el
revolucionario Madero. Bueno, con mi nombre pasa, pues, como ya estoy
avisado, la errata está bajo control, pero con otros no. Por
ejemplo, recuerdo que una vez escribí Umberto Eco y luego apareció
Humberto, con hache; lo peor es que me percaté del desacierto
tecnológico cuando mi artículo ya estaba publicado.
Las
máquinas tienen el perdón de Dios, aun cuando permiten empezar con
minúscula su nombre y su libro; mas no los hombres. Y acá viene lo
bueno, porque muchos se burlarán de las pobres computadoras, que,
con tanta capacidad para procesar datos, se equivocan en cosas
sutiles y quedan en ridículo, como Aquiles con su taloncito de
azúcar; pero no se dan cuenta de que ellos, seres pensantes, con una
capacidad para analizar situaciones en su debido contexto y elegir la
solución más adecuada, tropiezan con la misma piedra y con los dos
pies.
Ahí
están, verbigracia, los Garcilazo de la Vega, los Vizcardo
y Guzmán y los Gonzales Vigil, que aparecen así, mal
escritos, en diarios, revistas, libros, y hasta en las fachadas de
instituciones que llevan sus nombres. Por ejemplo, en el distrito de
Hunter (Arequipa) hay un colegio que se llama como el ilustre
precursor arequipeño, autor de Carta a los españoles americanos,
pero que luce mal su apellido, y en todo su frente: Vizcardo, con
zeta, cuando bien se sabe que es con ese.
Hay
problemas también con el apellido del autor de Sobre héroes y
tumbas, pues muchos lo tildan, Sábato, cuando el escritor
argentino no firmó ninguno de su libros así. Lo correcto es Sabato,
que es de origen italiano y, por lo tanto, sin acento ortográfico,
como dijo el mismo Ernesto no recuerdo dónde. Y algo similar sucede
con el apellido Belaunde, que muchos escriben con hiato, sin que haya
registro de ello. Por ejemplo, el expresidente Fernando Belaunde
Terry jamás tildó su apellido, y lo mismo podemos decir de otros
insignes personajes que se apellidaron igual. Por el contrario, hay
noticias del Belaunde diptongado, es decir, con acento en la a;
además, por último, el apellido es de origen vasco y, por
consiguiente, no está obligatoriamente sujeto a las reglas
gramaticales y fonéticas del castellano.
Otro
es el caso del único santo mulato de la Iglesia de Roma. ¿San
Martín de Porras o de Porres? José Antonio del Busto Duthurburu ha
dicho que «los apellidos Porras y Porres fueron uno solo, vale
decir, el mismo. La forma ‘Porres’ —continúa Del Busto―
no es un error sino una variante que, con frecuencia, se daba dentro
de las ramas de los Porras…» Y oscurece más el asunto cuando
pone «san Martín de Porras o Porres», y lo mismo con los
ascendientes del santo.
Otros
biógrafos de Martín han dejado en claro que el apellido original
del santo es Porras. Y esto es respaldado por lo siguiente que les
voy a contar. Marco Aurelio Denegri, en su Lexicografía,
capítulo XCV, pone el tema sobre el tapete y deja las cosas en
claro. Denegri, que cita al historiador Juan José Vega, cuenta que
fue al Papa Juan XXIII quien decretó llamar Porres y no Porras al
santo en cuestión, pues en el idioma portugués, ‘porra’ es la
palabra que sirve para designar el pene del hombre, lo que,
evidentemente, era inadecuado para un santo. Así es que, caros
amigos, todo depende de ustedes; si tienen un espíritu historiador y
quieren ceñirse a los hechos, escriban Porras; pero si lo que les
mueve es un espíritu religioso, no sean obscenos y escriban Porres.
Pero
a mí no me cambien el nombre.
José Manuel Coaguila