miércoles, 28 de diciembre de 2011

Anécdotas literarias


Las penas de amor

En otra ocasión, siempre Arguedas, Martín Adán, Sebastián Salazar Bondy, y en el auto de Juan Mejía Baca, repararon que una señora joven y hermosa, llevaba puesto un vestido negro, de tubo, y caminaba cimbreándose por la plaza Chiclayo. Era una prima de Juan Mejía. El editor contó que su prima había enviudado por tres veces. La última vez de un aviador.
Seducidos por la figura de la dama, rijosos, le pidieron al amigo librero volver con el auto para observarla otra vez. José María, al verla de nuevo, no contuvo la emoción y comentó:
—¡Qué linda tu primita, Juan! —y luego le pide una vuelta más.
Y otra vez la exclamación…
—¡Linda la viudita, Juan! —repetía sin dejar de alabar el trasero de la joven de luto.
Y una vuelta más y otra más ¡qué linda la viudita, Juan!
Martín Adán, cansado de escucharlo y cansado también de las vueltas, rompe su silencio y lo desafía:
—Si tanto te gusta la viudita, baja pues, y éntrale.
El escritor lo miró, hosco, casi con pánico.
―Estás cojudo… en ese culo penan.

(Próximamente, en este mismo blog, más anécdotas de: ESCRIBANO, Pedro (2009), Rostros de memoria. Visiones y versiones sobre escritores peruanos, Fondo Editorial de la Universidad de Ciencias y Humanidades, Lima.)

martes, 27 de diciembre de 2011

Humanos, demasiado humanos

Nos hemos divertido mucho leyendo Rostros de memoria. Visiones y versiones sobre escritores peruanos, de Pedro Escribano, que es un libro que recoge jocosas y chispeantes anécdotas sobre los más altos representantes de las letras peruanas. Libros así encajan muy bien dentro de los gustos de la mayoría, incluso de aquellos no tan familiarizados con la literatura peruana, y es que los chascarrillos que presenta no valen tanto porque tengan como personajes a Valdelomar, Vallejo o Vargas Llosa, sino por su trama, hilarante y dicaz, lo que ―siguiendo el ejemplo de Escribano― debería siempre pesar más cuando de contar anécdotas se trata.

Mala experiencia. Meses atrás, en esta misma columna, comentábamos, con un mal sabor de boca, el libro De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 399 anécdotas literarias, del periodista español Luis Fernández Zaurín, que terminamos de leer con mucho esfuerzo, haciendo, cómo si no, largas pausas para no echarnos a perder el paladar.
Decíamos sobre el texto de Fernández: «Las erratas del libro y los datos inexactos […] son poca cosa al lado de lo fútil, trivial y sosas que resultan ser la mayoría de ‘anécdotas’». Ante nuestro draconiano juicio, como se ve, su trabajo perdió tres a cero. El de Escribano gana dos a uno. En su libro hay «erratas y erratones», como decía Neruda, incluso en la contratapa ―lo que habla muy mal de la editorial―, pero, a diferencia del libro de Fernández, uno las minimiza cuando comprueba lo bien informado que está el autor, y ríe a mandíbula batiente con muchas de las historias que cuenta.
Lo que a nosotros nos parece bueno y divertido para otros quizá no lo sea, pero el libro de Escribano deja poquísimo margen para la controversia. Su estilo embrujador y su riqueza de contenido lo convierten en la mejor caricatura de las letras peruanas. Si alguien dice «no», es porque ―como Washington Delgado― es capaz de comentar libros incluso cuando aún no se han escrito.
Pedro Escribano
Las anécdotas. Es difícil elegir las mejores, pero no tanto si el criterio es la dosis de risa que inyectan. Así tenemos, en orden de aparición en el libro: «La cortesía del valiente» (Abraham Valdelomar), «Las penas de amor» (Martín Adán) y «Robo pluscuamperfecto» (Mario Vargas Llosa). Pero quedan otras que quizá tengan mayores méritos: el engaño de Gálvez a Juan Ramón Jiménez; la vez que «pepearon» a Vallejo; la travesía del cadáver de Arguedas, al mismo estilo de Evita Perón; los dardos verbales de Rose; las alabanzas a Ribeyro por haber escrito La ciudad y los perros; la respuesta de Calvo a Neruda.

La cortesía del valiente. «Una vez el azar quiso que a plena luz del día, entre el gentío, [Valdelomar] se encontrara cara a cara con uno de sus más enconados adversarios en el Jirón de la Unión. El orgullo prevaleció, y ninguno de los dos quiso ceder el paso. La bronca estaba declarada. Se miraban, casi se empujaban con el pecho. El rival sin embargo arremetió:
―Yo no doy paso a porquerías ―disparó.
Valdelomar hizo un esguince de torero y replicó:
―Yo sí…, ¡pase usted!»

En la yema del gusto. Escribíamos en una de nuestras primeras columnas: «Lo que más nos gustaría escuchar o leer de nuestros escritores favoritos […] no es una disertación académica probablemente abstrusa, sino algo sobre ellos; en calidad de escritores, tal vez; pero también como individuos.» Ahora, con Escribano, nos sentimos plenamente complacidos. Entretenido, aleccionador y con cualidad de efable, su libro merece estar entre los más leídos de los últimos años. Nadie se llevará un chasco si lo lee.

(Lea en este blog algunas de las mejores anécdotas del libro en cuestión).

José Manuel Coaguila

martes, 13 de diciembre de 2011

Acerca de la lectura 2

En nuestra columna anterior dijimos algo sobre por qué leer. En resumen, decíamos que la lectura nos hace cada vez más abstractos, lo que nos permite comprender mejor la realidad que nos rodea, que está hecha en su mayor parte de símbolos.

Ahora nos ocuparemos del cómo motivar la lectura. 

Como en el artículo previo ―siendo fieles a nuestra naturaleza heterodoxa y antigregaria―, dejaremos de lado las recomendaciones trilladas, esas de las que siempre hablan los «especialistas»: el plan lector, la semana del libro, los periódicos murales, las revistas estudiantiles, etc. Desde nuestro modo de ver, éstos son asuntos anodinos y superficiales. En realidad, tres cosas funcionan cuando se trata de motivar la lectura; lo demás es pura contingencia:

1. La mayor motivación viene de casa. La lectura funciona mejor como contagio. Si los padres leen, los hijos también lo harán. Como bien escribió García Márquez, «en general, los hijos de buenos lectores suelen serlo también. De modo que el hábito de leer suele ser de la familia entera.»   


«Los buenos lectores y los lectores precoces ―nos dice Carmen Lomas― provienen, en su mayoría, de hogares donde los padres valoran la lectura y la fomentan en sus hijos.» Por ello, si se desea hijos lectores, que mamá y papá empiecen por leer primero.

2. «El destino de muchos hombres ha dependido de que en casa paterna haya o no haya habido una biblioteca», afirmó, con mucha razón, Edmundo de Amicis.

  

3. La lectura funciona mejor como seducción que como exigencia, pero lo último tampoco deber ser tan satanizado. Mientras la lectura no sea un castigo, sino parte de la rutina que todo niño debe cumplir, parte del deber, pues está bien. Pero preferimos la seducción.

Uno de los personajes del escritor Achille Campanille, el marqués Fuscaldo, llegó a ser el hombre más sabio de su tiempo porque un día, abriendo un libro al azar, encontró un billete de mil liras. Se preguntó entonces si sucedería lo mismo con los demás libros que había heredado (en realidad, una gran biblioteca), y se pasó el resto de su vida hojeando sistemáticamente todos los libros.

Cualquier incentivo es bueno para promover el hábito de lectura. El día menos esperado ya no habrá ninguna necesidad de usar el anzuelo, pues la lectura es un vicio tan difícil de dejar como cualquier otro.

José Manuel Coaguila

martes, 6 de diciembre de 2011

Acerca de la lectura

Muchas veces nos han preguntado que por qué leemos tanto (cosa que es mentira) y cómo hemos hecho para que nos guste hacerlo, pero en muy pocas ocasiones hemos respondido como se debe, quizá por lo difícil que se nos hace hablar de nosotros mismos. Sin embargo, hoy diremos algo al respecto, no sin antes, claro, despersonalizar las interrogantes (así se nos hace más fácil).

Con respecto al por qué leer, arrinconaremos en una esquina gracias como el placer, la estimulación de la imaginación y la fantasía, la inteligencia emocional, el espíritu crítico y la sensibilidad, etc., que si bien son algunas de las múltiples ventajas que ofrece la lectura, son fruto de un análisis muy superficial.

Desde nuestro punto de vista, el motivo fundamental es el cultivo del entendimiento, de la capacidad de abstracción. Leer, pues, afianza el intelecto, nos permite un mejor conocimiento de las cosas y, por lo tanto, un mayor dominio sobre ellas.


Nuestro vocabulario teórico y cognoscitivo está en su mayor parte compuesto por palabras que, por decirlo de alguna forma, no guardan relación directa con la realidad: son recipientes de ideas que sólo existen en la mente humana, cuya finalidad es entender y administrar mejor la realidad política, social y económica en la que vivimos. Palabras como piedra, mesa o árbol hacen referencia a entidades concretas, sensibles, que están allí, en el mundo exterior. Con democracia, relatividad, globalización, igualdad, objetividad sucede todo lo contrario: no son perceptibles; ni siquiera podemos hacernos una imagen mental de lo que designan, sólo conceptualizarlo. Y es que el primer grupo de palabras tiene que ver más con el ver, que es casi animal, a diferencia del segundo, que atañe más al pensar y, por lo tanto, a lo exclusivamente humano.



La lectura, más que entretenimiento o formación de actitudes, es un ejercicio intelectual que nos hace más abstractos, que nos aleja cada vez más de nuestros animalescos orígenes. «Los llamados primitivos son tales porque ―fábulas aparte― en su lenguaje destacan palabras concretas: lo cual garantiza la comunicación, pero escasa capacidad científico-cognoscitiva.»

(En nuestra próxima columna hablaremos sobre cómo motivar la lectura)


Fiorela Velazco Muñoz