martes, 31 de enero de 2012

Los libros de autoayuda

Hace unas horas, de regreso a casa, en una coaster, estuvimos sentados al lado de un hombre que leía un libro sobre superación personal. No era la primera vez que veíamos a alguien leyendo algo así, siempre nos pasa, o mejor dicho, siempre pasa: los libros de autoayuda son los más leídos. Nos preguntamos entonces por qué nosotros nunca lo hemos hecho, por qué jamás esos libros ―con títulos sensacionalistas, seductores, sugerentes, muy comerciales― nos llamaron la atención. Sometemos a su consideración, estimados lectores, las respuestas que en aquel instante esbozamos y ahora pulimos.


Mucho optimismo. Puede ser que haya en los libros de autoayuda mucha voluntad de querer ayudar a las personas, pero lo que sí no hay es una imagen verdadera del mundo. El optimismo que ensalzan es muy idealista. Para empezar, no es cierto eso de que todo tiene solución en la vida; hay cosas que no lo tienen. Si nos damos cuenta, la existencia es un fluir hacia adelante; lo que queda atrás no volverá, estará ahí tal y como fue, sin cambios. Abramos bien los ojos y contemos cuántas cosas no podrán remediarse. Muchas ¿verdad? Pensemos también en los amores no correspondidos, ¿existe una solución al respecto?, ¿es que acaso hay una fórmula mágica para hacer que cualquiera nos ame? No aceptemos pues eso de que todo tiene solución; pensamientos así hacen que no nos tomemos en serio la vida y vivamos prometiéndonos mañanas que no llegarán.
La vida se hace más llevadera si nos preparamos también para el fracaso, ¿y quién te prepara para ello? Nadie. Los libros de autoayuda te elevan lo suficiente para poder alcanzar el cielo, pero también para que la caída sea mortal, y no te pertrechan de un equipo de paracaidismo; ellos no cuentan con eso. No olvidemos que la mayoría de los infinitamente desgraciados son los que, cosa curiosa, más felices han sido.

No hay recetas. Lo interesante de vivir es que las cosas te salen por donde menos te esperas. Qué aburrida sería la vida si tuviéramos que seguir una receta, por más efectiva que sea. Pero, aun si quisiéramos, no la hay. Los autores de libros de autoayuda creen tener la fórmula infalible para encontrar la felicidad, y tratan de hacer que sus lectores la apliquen. Quizá haya funcionado con ellos, pero es muy difícil que funcione con otros, al menos no con la misma efectividad. «Los que insisten en condicionar sus acciones a los precedentes, como los generales que vuelven a conducir una nueva guerra exactamente igual a su última guerra victoriosa, corren riesgos suicidas y se exponen a infinitos problemas.»


¿Y por qué los leen? Los libros de autoayuda son los más leídos porque están hechos de ideas comunes y trilladas que dicen a la gente lo que ya sabe y quiere oír. Entonces, como a quien se tiene en más alta estima es siempre a uno mismo, terminamos admirando en otros a nosotros mismos. «Nuestros juicios sobre los otros, aunque se adornen con los colores de la objetividad o de la imparcialidad, no describen más que la distancia que nos separa de ellos: cuanto más próximos están de nosotros, más los estimamos.»

¿Qué leer entonces? Si queremos mejorar nuestra vida, leamos a Freud, a Sade, a Rousseau, a Maquiavelo, a Hobbes, a La Rochefoucauld, que nos harán ver el lado más oscuro de la naturaleza humana. No quisiéramos, en nuestro caso, oír todo lo bueno que podamos ser y hacer, sino también todo lo malo, y quizá más lo segundo que lo primero, para tratar de domar o, si es imposible, maquillar al animal que todos tenemos dentro. «Dispensen, pero demasiado tiempo se ha alimentado a la gente con dulces. Por eso se les ha echado a perder el estómago: ahora necesitan medicamentos amargos, verdades cáusticas.»

José Manuel Coaguila

miércoles, 25 de enero de 2012

Ortografía: últimos cambios

Los pilares del éxito fueron la acertada elección del tema, que siempre atrae, la buena organización del evento y la calidad académica de la ponente. Realmente, el curso taller Actualización Ortográfica, que se desarrolló los días 19, 20 y 21 del presente mes en nuestra ciudad, merece la más alta nota aprobatoria. La asistencia de público fue grande, nada se les escapó a los organizadores y, lo mejor, la exposición estuvo a cargo de Mervi Vera Buitrón, reconocida lingüista limeña. Mucho le debemos a la UTP, pero no menos a la Revista Internacional de Lingüística Parole, cuyos representantes, Teresa Ramos y Dennis Arias, fueron piezas importantes de la organización.

De izquierda a derecha: Mervi Vera, José Manuel Coaguila, Dennis Arias y Teresa Ramos, en un almuerzo de camaradería.
Estuvimos esos días por ahí, gracias a una invitación de los organizadores, y pudimos conversar largamente con Mervi Vera, quien, muy amable, nos ilustró acerca de las novedades ortográficas introducidas por la Real Academia Española. A continuación, las más resaltantes:

- A la letra y se le da en el abecedario español el nombre exclusivo de ye, ya no se le podrá llamar más i griega.
- Lo mismo con b, v y w: les corresponde de forma exclusiva los nombres respectivos de be, uve y uve doble, jamás otros.
- A la letra r se la venía llamando erre o ere; ahora se la llama exclusivamente erre (se deshecha el nombre ere). Por su parte, al dígrafo rr se le da el nombre de erre doble o doble erre.
- El abecedario español tiene sólo 27 letras, no se cuentan los dígrafos ch y ll.
- Se escribirá cuórum, ya no quórum.
- Se registra la variante iodo, aunque se prefiera yodo. Cuy/cui: las dos formas son válidas.
- No se admite en nuestro idioma la y vocálica en el inicio de una palabra ni en medio o al final cuando va seguida de una consonante, por lo tanto se escribirá aimara, no aymara.


-Ahora todos los pronombres referidos a Dios o a la Virgen deben escribirse con minúscula inicial.
- La palabra Internet debe escribirse con mayúscula inicial y sin artículo.
- El prefijo ex debe escribirse siempre adherido a la base léxica, como cualquier otro prefijo: exministro, exnovio, exalumno. Sin embargo, se escribirá separado si su base es pluriverbal, es decir, si consta de varias palabras: ex capitán general, ex primer ministro, ex ama de casa.
- Se da la preferencia a escribir los compuestos en una sola palabra: bocabajo, malhumor, medioambiente. Se escribirá siempre asimismo (nunca así mismo), cuando significa ‘también’.
- Se evitará la tilde en el adverbio solo y se podrá prescindir de ella incluso en los casos de ambigüedad.
- La tilde en los pronombres demostrativos masculinos y femeninos es opcional en los casos de posible ambigüedad. En los demás casos debe evitarse.
- La conjunción disyuntiva o ya no lleva tilde cuando aparece escrita entre dos cifras: 3 o 4.
- Se mantiene la tilde en los latinismos y extranjerismos adaptados constituidos por una sola palabra y de uso frecuente: déficit, módem, ómnibus, ítem. Pero en los latinismos que son locuciones lo adecuado es no tildarlos y escribirlos en cursiva o, en textos manuscritos, entre comillas: habeas corpus, curriculum vitae, vox populi, sui generis.
- La tilde del singular debe mantenerse en el plural tés.
- Se admite vóleibol. También las variantes con hiato de las palabras acabadas en –scopia: colonoscopía, endoscopía, laringoscopía.
-  Período/periodo. Las dos formas son válidas, pero cuando esta palabra significa ‘menstruación’ solo es válida la forma con diptongo (sin tilde): periodo.

(En este blog podrá encontrar más información).

Más información (sobre Ortografía: últimos cambios)

- Se prefiere la forma pos- a la forma post- en todos los casos, salvo si la palabra a la que se une este prefijo comienza por s-, pues lo recomendable es escribir siempre post- para evitar la aparición de dos eses seguidas: postsocialismo (no possocialismo).

- Se recomienda, al adaptar al español palabras procedentes del inglés acabadas en ing-, suprimir la g final. Palabras como casting y marketing, por ejemplo, deben adaptarse al español como castin y márquetin.

- Toda palabra que se pueda escribir con trans- admite la forma tras-; por tanto las dos formas del prefijo valen, aunque se prefiera la de tras-: traslúcido/translúcido, trasoceánico/transoceánico, trasportar/transportar. La excepción a la norma son las palabras cuya base léxica empieza por s-; en este caso, solo cabe la forma trans- (para poder reducir las dos eses a una): transexual (no transsexual ni trassexual).

martes, 17 de enero de 2012

Qué leer

Hemos escrito, en esta misma columna, sobre por qué leer y cuáles son las cosas que funcionan mejor cuando se trata de cultivar, sobre todo en los niños, el hábito de la lectura. Ahora, cerraremos el ciclo hablando sobre los libros que merecen leerse. Porque, claro, muchos habrán dicho «sí, de acuerdo, hay que leer, de paso que servimos de ejemplo para los más chicos, pero qué». A continuación, trataremos de llenar ese vacío.

La literatura light. Hay más libros que personas en el mundo ―y debe ser grande la diferencia―, por lo que toda nuestra vida no nos alcanzaría ni para leer el 1 por ciento de ellos. Al igual que con la comida, la clave está en saber elegir. No se alimenta mejor el que come más, sino el que sabe equilibrar su alimentación, aunque sea en mínimas cantidades.
Se lee poco y, peor aún, lo que no merece leerse. Así como la comida chatarra, la literatura light, «es decir, leve, ligera, fácil», nos está echando a perder el buen gusto, y todo lo que en otras circunstancias hubiéramos rechazado firmemente, ahora lo aceptamos encantados. Hoy se lee a Coelho, Cuauhtémoc Sánchez, Og Mandino, Stephenie Meyer, Dan Brown, a expensas de Kafka, Proust, Joyce, Faulkner, Borges. Los libros de aquéllos no tienen las complicaciones de éstos, son de fácil lectura; no ejercitan nuestra inteligencia ni demandan gran capacidad de concentración y raciocinio; patrocinan una lectura superficial y rápida; nos llenan de imágenes más que de ideas. «Son una agradable ensoñación, casi como tomarse un tranquilizante: te descansan, te sedan un poco, pero eso crea lectores pasivos, lectores que son los espectadores de telenovelas.»


Como escribió Lérmontov, muchos «no comprenden la fábula si al final no encuentran la moraleja», por ello consumen literatura chatarra, aquella que, ocultando su indigencia con un manto moralista, se presenta como popular y pedagógica. La buena literatura es aquella que te hace sentir el amor, la tristeza, la perseverancia, el fracaso, la esperanza, no la que te dice qué es eso, echando mano a chascarrillos domésticos. Como escribió Ítalo Calvino, «la aportación que la literatura puede ofrecer es sólo indirecta.» La literatura no es, pues, escuela.

Fugacidad y permanencia. La literatura light está hecha para ser consumida y desaparecer. ¿Alguien leerá a Stephenie Meyer de aquí a unos años? No lo creemos. Su literatura es una moda, fruto de la publicidad y el mercadeo; no podrá resistir el paso del tiempo. En cambio, «hay libros que conservan la capacidad de hablarnos directamente salvando los abismos del tiempo y el espacio»; y esos son los que hay que leer.

Como decía Sabato, no se puede hablar de progreso en las artes. La ciencia sí progresa, las artes no. Por ello, todos los grandes artistas parecen contemporáneos. Aquellos que han resistido el paso de los años son de fiar. En consecuencia, y como las cosas se miran mejor retrospectivamente, no debemos consumir mucha literatura actual, sobre todo la que mueve grandes cantidades de dinero, pues ello es muchas veces un síntoma de mala calidad.

Los libros. Atención, no decimos que sólo se deba leer literatura, es decir ficción. Como dijo Marco Aurelio Denegri, «hay que leer de todo: libros sobre ciencias naturales, ciencias sociales, filosofía, literatura y arte. Sólo así será posible tener una formación humanística». Por ello recomendamos Un plan de lectura para toda la vida, de Clifton Fadiman y John S. Major, un libro guía donde podrá encontrar todo lo que vale la pena leer. También, para los interesados en temas y autores nacionales, aconsejamos revisar Los 60 libros que todo peruano culto debe leer, de Agenda Perú.


José Manuel Coaguila


miércoles, 11 de enero de 2012

Más casos

- «Se los dije». Frase incorrecta cuando lo que dijo fue una sola cosa, «ayer renuncié, tal como se los dije». Lo que dijo fue una sola cosa, que iba a renunciar. Si se lo dijo a uno, es tal como se lo dije a usted. Si se lo dijo a varios, tal como se lo dije a ustedes. En ambos casos, se lo dije.
- Crimen. ¡Mucha atención con esta palabra!, pues si bien crimen es sinónimo de asesinato, es muy distinto decir el crimen de Rodríguez y el asesinato de Rodríguez. En el primer caso se alude a un delito cometido por Rodríguez; en el segundo, a un delito cometido contra él. Abundan los titulares de prensa donde se alude a la víctima de un asesinato de esa manera errónea, «el crimen de Kennedy», «el crimen de monseñor Romero», «el crimen de diez indefensos campesinos», cuando lo que debe escribirse es el asesinato de Kennedy, el asesinato de monseñor Romero, el asesinato de diez indefensos campesinos.
- «Al interior de». Frase copiada del francés y completamente innecesaria en español. En nuestro idioma es suficiente en. «El tema se debatirá al interior de la Cámara». «Está prohibido fumar al interior del avión». Correcciones: El tema se debatirá en la Cámara. Está prohibido fumar en el avión.

(Tomado de: Ávila, Fernando, (2002) Dígalo sin errores, Norma, Bogotá.)

martes, 10 de enero de 2012

Las mordidas de lengua

Hay dos fuerzas que mueven el idioma: la centrípeta o endógena y la centrífuga o exógena. La primera es un empuje hacia adentro. Es la tendencia de toda lengua a permanecer unificada, a no diluirse entre voces extranjeras que corroen su identidad, a no ceder a amaneramientos estilísticos o a ignorancias supremas que atentan contra su correcto uso. En conclusión: a mantener cierta estabilidad interna, es decir a no cambiar mucho. No en vano la Real Academia Española tiene como objetivo prioritario «velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico».
Por otro lado, la fuerza centrífuga o exógena es la que lo hace perder su rigidez y amoldarse a los cambios de la sociedad en la que viven sus hablantes. Si el idioma le cerraría las puertas a nuevos términos, a ciertos ajustes que lo hacen más manejable y pertinente, quedaría totalmente desfasado, traicionando su razón de ser, su esencia: ser el más efectivo instrumento de comunicación entre los seres humanos.
«¿Puede un idioma cristalizarse i adoptar una forma definitiva, sin seguir las evoluciones de la sociedad ni adaptarse al medio?», se preguntaba Manuel González Prada hace más de un siglo. La respuesta es, obviamente, no. Una estabilidad absoluta de nuestro idioma lo llevaría a desaparecer.
«Entre las dos tensiones, la de permanecer y la de cambiar, los hablantes van adoptando soluciones distintas, no siempre indiferentes: si muchas se incorporan fácil y útilmente al idioma, otras, en cambio, por causas distintas, manifiestan un indisciplina  que hace peligrar la intercomunicación entre millones de hablantes».


De lo que se trata es que nuestro idioma se enriquezca cada vez más, no de que se envilezca, por lo que los cambios deben ser consensuados y fruto de profundos análisis, tratando siempre de mantener la mayor cohesión posible.
Indisciplina. Mostremos ahora algunos «desmanes que la voz pública comete contra nuestra lengua»:
- «Me extraña que no haya venido». La acepción más usada de extrañar es ‘echar de menos a alguien o algo, sentir su falta’. Podríamos reemplazar me extraña por me sorprende, me llama la atención o me asombra, que seguro expresan mejor lo que queremos decir.
- «El profesor está en un error». Lo correcto es: El profesor sostiene un error, está equivocado o piensa erradamente.
- «Él es muy meticuloso». Casi siempre confundimos meticuloso con minucioso. Minucioso es aquel que se detiene en las cosas más pequeñas, y meticuloso, el excesivamente puntual, escrupuloso, concienzudo.
- «El cuerpo de salvataje».  No existe el término salvataje. Ahora, que es verano, los medios de comunicación lo utilizan muy a menudo. La palabra adecuada es salvamento.
- «Jaime es soltero». Lo apropiado es: Jaime está soltero. La primera oración indica una cualidad casi consustancial, innata, y por lo mismo, intemporal. En cambio, la segunda denota un estado pasajero, temporal.
- «Voy a ir de paseo». Voy es una de las inflexiones del verbo ir, por lo tanto aquí hay redundancia. Lo correcto es «iré de paseo».
Lo mismo sucede con ahora mismo, muy ínfimo, en el último extremo y así como por ejemplo. Mismo, muy, último y así o como están por demás.
- Ocuparse de leer debe ser reemplazado por ocuparse en leer, alto al fuego por alto el fuego, bajo mi punto de vista por desde mi punto de vista, cien por ciento por ciento por ciento, de acuerdo a por de acuerdo con, etc.
(En este blog encontrará más ejemplos).
José Manuel Coaguila

martes, 3 de enero de 2012

Salud, dinero y... más dinero

Sólo el mejor amigo puede convertirse en el peor enemigo. Los mayores detractores de tal o cual sistema han sido cobijados, alguna vez, en el seno de aquello que ahora cuestionan ásperamente. En el campo religioso, los grandes ateos han salido de un seminario; en el ideológico, por ejemplo, los ahora férreos detractores del comunismo fueron, en su momento, sus más entusiastas defensores.
Igualmente, uno de los mayores apóstatas de la industria farmacéutica es Philippe Pignarre, quien trabajó durante diecisiete años en ella y ahora es su más acérrimo crítico, sobre todo desde que publicó El gran secreto de la industria farmacéutica, un libro que revela el lado oscuro de una industria que muchos creen filantrópica y bienhechora, pero que en realidad no tiene nada de eso.
Philippe Pignarre
¿Invención o maquillaje? En la industria farmacéutica ―a diferencia, por ejemplo, de la industria automotriz― los costos de investigación y desarrollo son extremadamente mayores que los de reproducción (fabricar un medicamento que se vende a 90 soles cuesta, en promedio, no más de 6). Es por ello que los grandes laboratorios siempre han buscado ampliar los años de vigencia de sus patentes, es decir el tiempo en que sólo ellos pueden reproducir sus medicamentos. Sus ganancias no están pues en el reproducir, sino en el inventar, lo que los lleva, casi siempre, a vendernos gato por liebre: modifican imperceptiblemente algunas fórmulas y las sacan al mercado como nuevas invenciones, cuando en realidad es la misma chola con diferente pollera.
Esto sucede por dos cosas: 1) la necesidad de poner en el mercado nuevos medicamentos que reemplacen a los que entran en el dominio público, y 2) por los cada vez más exigentes protocolos de seguridad y fiabilidad que exigen las instituciones encargadas de supervisar sus trabajos, lo que hace que sus costos de investigación y desarrollo aumenten considerablemente.


Las patentes. Un medicamento está protegido sólo durante 10 años desde su puesta en el mercado; luego de este tiempo se hace generizable, o sea cualquier laboratorio lo puede reproducir. Mueren las patentes y nacen los genéricos, y la industria farmacéutica, por lo tanto, se ve obligada a «crear» nuevos medicamentos que reemplacen a los que alzaron vuelo, de lo contrario, será su fin.
Pero ahí no queda el asunto. «Crear» no es suficiente; el marketing es lo más importante. Comienzan, entonces, grandes campañas publicitarias para que los pacientes consuman y los médicos prescriban el «nuevo» medicamento, que finalmente termina arrinconando al de dominio público, al genérico, que es igual de efectivo e incluso, por su tiempo en el mercado, más seguro.

El caso de África. Es falsa la imagen que muchos nos hemos hecho de la industria farmacéutica. Allí no existe gente desinteresada que sólo busca el bienestar de la humanidad, sacrificando sus propios intereses y poniendo todo su empeño para encontrar los medicamentos que neutralicen las enfermedades que la aquejan. No, señores. Lo que allí importa es el dinero. Por ello, cual perro que defiende su hueso, rabian tanto cuando, como sucedió en algunos países africanos, no se respetan sus patentes, prefiriendo que la gente se muera antes de dejar que se fabriquen genéricos que, por su bajo costo, ayudarían mucho a disminuir las tasas de mortalidad en los países más pobres.

El libro. El secreto de la industria farmacéutica habla sobre esto y mucho más: lo lejana que está la producción farmacéutica de los descubrimientos biológicos, las muertes que ha causado la revolución terapéutica, cómo se crean nuevas enfermedades, etc. ¡Léalo!


José Manuel Coaguila