martes, 10 de enero de 2012

Las mordidas de lengua

Hay dos fuerzas que mueven el idioma: la centrípeta o endógena y la centrífuga o exógena. La primera es un empuje hacia adentro. Es la tendencia de toda lengua a permanecer unificada, a no diluirse entre voces extranjeras que corroen su identidad, a no ceder a amaneramientos estilísticos o a ignorancias supremas que atentan contra su correcto uso. En conclusión: a mantener cierta estabilidad interna, es decir a no cambiar mucho. No en vano la Real Academia Española tiene como objetivo prioritario «velar porque los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico».
Por otro lado, la fuerza centrífuga o exógena es la que lo hace perder su rigidez y amoldarse a los cambios de la sociedad en la que viven sus hablantes. Si el idioma le cerraría las puertas a nuevos términos, a ciertos ajustes que lo hacen más manejable y pertinente, quedaría totalmente desfasado, traicionando su razón de ser, su esencia: ser el más efectivo instrumento de comunicación entre los seres humanos.
«¿Puede un idioma cristalizarse i adoptar una forma definitiva, sin seguir las evoluciones de la sociedad ni adaptarse al medio?», se preguntaba Manuel González Prada hace más de un siglo. La respuesta es, obviamente, no. Una estabilidad absoluta de nuestro idioma lo llevaría a desaparecer.
«Entre las dos tensiones, la de permanecer y la de cambiar, los hablantes van adoptando soluciones distintas, no siempre indiferentes: si muchas se incorporan fácil y útilmente al idioma, otras, en cambio, por causas distintas, manifiestan un indisciplina  que hace peligrar la intercomunicación entre millones de hablantes».


De lo que se trata es que nuestro idioma se enriquezca cada vez más, no de que se envilezca, por lo que los cambios deben ser consensuados y fruto de profundos análisis, tratando siempre de mantener la mayor cohesión posible.
Indisciplina. Mostremos ahora algunos «desmanes que la voz pública comete contra nuestra lengua»:
- «Me extraña que no haya venido». La acepción más usada de extrañar es ‘echar de menos a alguien o algo, sentir su falta’. Podríamos reemplazar me extraña por me sorprende, me llama la atención o me asombra, que seguro expresan mejor lo que queremos decir.
- «El profesor está en un error». Lo correcto es: El profesor sostiene un error, está equivocado o piensa erradamente.
- «Él es muy meticuloso». Casi siempre confundimos meticuloso con minucioso. Minucioso es aquel que se detiene en las cosas más pequeñas, y meticuloso, el excesivamente puntual, escrupuloso, concienzudo.
- «El cuerpo de salvataje».  No existe el término salvataje. Ahora, que es verano, los medios de comunicación lo utilizan muy a menudo. La palabra adecuada es salvamento.
- «Jaime es soltero». Lo apropiado es: Jaime está soltero. La primera oración indica una cualidad casi consustancial, innata, y por lo mismo, intemporal. En cambio, la segunda denota un estado pasajero, temporal.
- «Voy a ir de paseo». Voy es una de las inflexiones del verbo ir, por lo tanto aquí hay redundancia. Lo correcto es «iré de paseo».
Lo mismo sucede con ahora mismo, muy ínfimo, en el último extremo y así como por ejemplo. Mismo, muy, último y así o como están por demás.
- Ocuparse de leer debe ser reemplazado por ocuparse en leer, alto al fuego por alto el fuego, bajo mi punto de vista por desde mi punto de vista, cien por ciento por ciento por ciento, de acuerdo a por de acuerdo con, etc.
(En este blog encontrará más ejemplos).
José Manuel Coaguila

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