martes, 3 de enero de 2012

Salud, dinero y... más dinero

Sólo el mejor amigo puede convertirse en el peor enemigo. Los mayores detractores de tal o cual sistema han sido cobijados, alguna vez, en el seno de aquello que ahora cuestionan ásperamente. En el campo religioso, los grandes ateos han salido de un seminario; en el ideológico, por ejemplo, los ahora férreos detractores del comunismo fueron, en su momento, sus más entusiastas defensores.
Igualmente, uno de los mayores apóstatas de la industria farmacéutica es Philippe Pignarre, quien trabajó durante diecisiete años en ella y ahora es su más acérrimo crítico, sobre todo desde que publicó El gran secreto de la industria farmacéutica, un libro que revela el lado oscuro de una industria que muchos creen filantrópica y bienhechora, pero que en realidad no tiene nada de eso.
Philippe Pignarre
¿Invención o maquillaje? En la industria farmacéutica ―a diferencia, por ejemplo, de la industria automotriz― los costos de investigación y desarrollo son extremadamente mayores que los de reproducción (fabricar un medicamento que se vende a 90 soles cuesta, en promedio, no más de 6). Es por ello que los grandes laboratorios siempre han buscado ampliar los años de vigencia de sus patentes, es decir el tiempo en que sólo ellos pueden reproducir sus medicamentos. Sus ganancias no están pues en el reproducir, sino en el inventar, lo que los lleva, casi siempre, a vendernos gato por liebre: modifican imperceptiblemente algunas fórmulas y las sacan al mercado como nuevas invenciones, cuando en realidad es la misma chola con diferente pollera.
Esto sucede por dos cosas: 1) la necesidad de poner en el mercado nuevos medicamentos que reemplacen a los que entran en el dominio público, y 2) por los cada vez más exigentes protocolos de seguridad y fiabilidad que exigen las instituciones encargadas de supervisar sus trabajos, lo que hace que sus costos de investigación y desarrollo aumenten considerablemente.


Las patentes. Un medicamento está protegido sólo durante 10 años desde su puesta en el mercado; luego de este tiempo se hace generizable, o sea cualquier laboratorio lo puede reproducir. Mueren las patentes y nacen los genéricos, y la industria farmacéutica, por lo tanto, se ve obligada a «crear» nuevos medicamentos que reemplacen a los que alzaron vuelo, de lo contrario, será su fin.
Pero ahí no queda el asunto. «Crear» no es suficiente; el marketing es lo más importante. Comienzan, entonces, grandes campañas publicitarias para que los pacientes consuman y los médicos prescriban el «nuevo» medicamento, que finalmente termina arrinconando al de dominio público, al genérico, que es igual de efectivo e incluso, por su tiempo en el mercado, más seguro.

El caso de África. Es falsa la imagen que muchos nos hemos hecho de la industria farmacéutica. Allí no existe gente desinteresada que sólo busca el bienestar de la humanidad, sacrificando sus propios intereses y poniendo todo su empeño para encontrar los medicamentos que neutralicen las enfermedades que la aquejan. No, señores. Lo que allí importa es el dinero. Por ello, cual perro que defiende su hueso, rabian tanto cuando, como sucedió en algunos países africanos, no se respetan sus patentes, prefiriendo que la gente se muera antes de dejar que se fabriquen genéricos que, por su bajo costo, ayudarían mucho a disminuir las tasas de mortalidad en los países más pobres.

El libro. El secreto de la industria farmacéutica habla sobre esto y mucho más: lo lejana que está la producción farmacéutica de los descubrimientos biológicos, las muertes que ha causado la revolución terapéutica, cómo se crean nuevas enfermedades, etc. ¡Léalo!


José Manuel Coaguila

No hay comentarios:

Publicar un comentario