Por
ejemplo, que fue profesor de Ciro Alegría, el prólogo de Valdelomar
para Los heraldos negros
que nunca llegó, el comentario cáustico de Clemente Palma sobre su
poema El poeta a su amada,
su injusto encarcelamiento de 112 días, su expulsión de Francia; en
fin, podríamos hablar sobre tantos aspectos interesantes de la vida
y obra de César Vallejo que seguramente nunca acabaríamos. Por eso
solo hemos elegido un puñado de ellos, movidos por el ánimo
revelador que despierta la lectura de Vallejística,
el segundo capítulo del libro que Marco Aurelio Denegri publicó en
el año 2009.
Denegri
reclama, seguramente con razón, la primicia
de dar a conocer una tribulación muy íntima del vate peruano: la
preocupación de saberse mantenido. Escribe Marco Aurelio en la
página 77 de Cajonística y Vallejística:
«El poeta, además de las penurias económicas que lo venían
afligiendo desde hacía mucho tiempo, confesó a José
Antonio Vallejo Carrillo […] que tenía la
preocupación obsesionante de considerarse mantenido, de considerar
que vivía a expensas de su mujer.
‘Y
esto me avergüenza tanto —decía Vallejo—,
que no soy capaz de confesarlo en español, tengo que decirlo en
francés: ‘Je suis un maintenu’
(‘Soy un mantenido’).’»
En
el mismo libro, Denegri llega a la conclusión de que Trilce,
título del segundo libro de poemas de Vallejo, no significa nada en
especial. Que es una combinación de triste
y dulce,
no; que es porque el libro costaba tres soles, tampoco; que alude al
nombre de una flor silvestre ya extinta, menos. La voz —dice
Denegri, citando a Georgette de Vallejo— fue elegida «‘por
su sonoridad’», esto es, por su eufonía,
porque sonaba bien». ¡Tril…ce! Eso
es todo.
Rostros
de memoria. Visiones y versiones sobre escritores peruanos,
de Pedro Escribano, es otro libro que nos puso al corriente de
episodios desconocidos, al menos para nosotros, de la vida de César
Vallejo. En él se cuentan anécdotas muy originales y salerosas.
Citaremos solo una.
Cuenta
Escribano, sobre la base de documentos fehacientes, que cierto día,
en París, el recién llegado Vallejo y un amigo anfitrión acabaron
«pepeados». Sí, señores, «pepeados». El poeta, estimulado por
el vino, «terminó en las manos, mejor dicho […] “en las
piernas” de las hábiles y taimadas pouppées
parisinas.» Cuando despertó, al día siguiente, los dulces
recuerdos de la noche licenciosa se volvieron amargos al darse cuenta
que lo habían desvalijado. A su amigo también. «Las fugaces
compañeras los habían dormido con alguna pócima y se habían
llevado del poeta todo su dinero no sin ‘respetar’ algunos
francos para el pasaje de retorno a sus respectivos domicilios.
Habían tenido esa generosa consideración de no robarles todo.
Vallejo
se sintió en la calle. Tuvo que vender las pocas cosas que tenía.
Lo más valioso que poseía era su maleta. Cuando la vació para
ofrecerla al mejor postor, en ella solo había ropa sucia, poca, y
algunos ejemplares de Los heraldos negros,
Trilce y Escalas
melografiadas que había llevado desde Lima.»
(Continuará...)
José Manuel Coaguila