Hay
libros que pueden, en cuestión de horas —las que demore leerlos—,
traerse abajo todo un sistema de creencias cuyos cimientos,
fortalecidos por el tiempo, pensábamos indestructibles. A este
grupo, de acuerdo a nuestras experiencias personales, pertenecen
Manual del perfecto
idiota latinoamericano, de Plinio Apuleyo
Mendoza, Carlos Alberto Escobar y Álvaro Vargas Llosa (en asuntos
políticos); Por qué no soy cristiano,
de Bertrand Russell (en cuestiones religiosas); y Cartas
a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa
(en cuanto a la vocación literaria). Podríamos agregar a esta lista
La vida en común, de
Tzvetan Todorov, que desmitifica como ningún otro las relaciones
humanas.
Quizá
sería exagerado decir que estos libros nos cambian la vida. Pero de
lo que sí estamos seguros es que luego de leerlos es imposible no
mirar las cosas de diferente manera.
Esto
viene al caso porque, precisamente, queremos recomendar la lectura de
uno de ellos a un lector que nos escribió acerca de nuestra última
columna: El síndrome Galeano.
El
señor Élder Purguaya tiene razón cuando nos dice que es imposible
ser apolíticos, que el tratar de serlo es, a la vez y más
profundamente, ir contra esta misma intención, o sea hacer política.
Esto ya nos lo comentó alguna vez Alina Rivera, quien además,
viendo nuestro total desinterés por la política, hizo que leyéramos la
famosa frase de Bertolt Brecht sobre el asunto, esa que dice algo
así como que el peor analfabeto es el analfabeto político. Sobre
este punto, creo que la razón lo asiste, mi querido Élder. Pero en
nada más.
Rechazamos
totalmente el libro que usted defiende, Las
venas abiertas de América Latina.
Y es aquí donde le aconsejamos leer Manual
del perfecto idiota latinoamericano, sobre
todo el capítulo III. Allí está expuesto con más claridad y
contundencia lo que a continuación diremos y citaremos:
1)
No es cierto —como
dice Eduardo Galeano, autor de Las
venas...—
que lo que unos tienen, siempre se lo han quitado a otros, pues la
riqueza no es «un cofre que navega bajo una bandera extraña y todo
lo que hay que hacer es abordar la nave enemiga y arrebatárselo».
2)
«No se trata —como
cree Galeano— de que las naciones depredadoras se aprovechan de la
debilidad de sus vecinas
para saquearlas, sino de que explotan al máximo sus propias ventajas
comparativas para ofrecer al mercado los mejores bienes y servicios
al mejor precio posible.»
3)
No podemos hacer nada más benevolente que despreciar un libro donde
se afirma que sería perjudicial para América Latina
industrializarse, y donde se condena las políticas de natalidad
diciendo estúpidamente que en esta parte del mundo hay suficiente
territorio como para albergar a muchos más. Presume Galeano que
convencer a las mujeres de que tengan menos hijos es «poner un dique
al avance de la furia de las masas en movimiento y rebelión.» ¿No
es esta una verdadera idiotez?
José Manuel Coaguila
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