martes, 27 de diciembre de 2011

Humanos, demasiado humanos

Nos hemos divertido mucho leyendo Rostros de memoria. Visiones y versiones sobre escritores peruanos, de Pedro Escribano, que es un libro que recoge jocosas y chispeantes anécdotas sobre los más altos representantes de las letras peruanas. Libros así encajan muy bien dentro de los gustos de la mayoría, incluso de aquellos no tan familiarizados con la literatura peruana, y es que los chascarrillos que presenta no valen tanto porque tengan como personajes a Valdelomar, Vallejo o Vargas Llosa, sino por su trama, hilarante y dicaz, lo que ―siguiendo el ejemplo de Escribano― debería siempre pesar más cuando de contar anécdotas se trata.

Mala experiencia. Meses atrás, en esta misma columna, comentábamos, con un mal sabor de boca, el libro De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 399 anécdotas literarias, del periodista español Luis Fernández Zaurín, que terminamos de leer con mucho esfuerzo, haciendo, cómo si no, largas pausas para no echarnos a perder el paladar.
Decíamos sobre el texto de Fernández: «Las erratas del libro y los datos inexactos […] son poca cosa al lado de lo fútil, trivial y sosas que resultan ser la mayoría de ‘anécdotas’». Ante nuestro draconiano juicio, como se ve, su trabajo perdió tres a cero. El de Escribano gana dos a uno. En su libro hay «erratas y erratones», como decía Neruda, incluso en la contratapa ―lo que habla muy mal de la editorial―, pero, a diferencia del libro de Fernández, uno las minimiza cuando comprueba lo bien informado que está el autor, y ríe a mandíbula batiente con muchas de las historias que cuenta.
Lo que a nosotros nos parece bueno y divertido para otros quizá no lo sea, pero el libro de Escribano deja poquísimo margen para la controversia. Su estilo embrujador y su riqueza de contenido lo convierten en la mejor caricatura de las letras peruanas. Si alguien dice «no», es porque ―como Washington Delgado― es capaz de comentar libros incluso cuando aún no se han escrito.
Pedro Escribano
Las anécdotas. Es difícil elegir las mejores, pero no tanto si el criterio es la dosis de risa que inyectan. Así tenemos, en orden de aparición en el libro: «La cortesía del valiente» (Abraham Valdelomar), «Las penas de amor» (Martín Adán) y «Robo pluscuamperfecto» (Mario Vargas Llosa). Pero quedan otras que quizá tengan mayores méritos: el engaño de Gálvez a Juan Ramón Jiménez; la vez que «pepearon» a Vallejo; la travesía del cadáver de Arguedas, al mismo estilo de Evita Perón; los dardos verbales de Rose; las alabanzas a Ribeyro por haber escrito La ciudad y los perros; la respuesta de Calvo a Neruda.

La cortesía del valiente. «Una vez el azar quiso que a plena luz del día, entre el gentío, [Valdelomar] se encontrara cara a cara con uno de sus más enconados adversarios en el Jirón de la Unión. El orgullo prevaleció, y ninguno de los dos quiso ceder el paso. La bronca estaba declarada. Se miraban, casi se empujaban con el pecho. El rival sin embargo arremetió:
―Yo no doy paso a porquerías ―disparó.
Valdelomar hizo un esguince de torero y replicó:
―Yo sí…, ¡pase usted!»

En la yema del gusto. Escribíamos en una de nuestras primeras columnas: «Lo que más nos gustaría escuchar o leer de nuestros escritores favoritos […] no es una disertación académica probablemente abstrusa, sino algo sobre ellos; en calidad de escritores, tal vez; pero también como individuos.» Ahora, con Escribano, nos sentimos plenamente complacidos. Entretenido, aleccionador y con cualidad de efable, su libro merece estar entre los más leídos de los últimos años. Nadie se llevará un chasco si lo lee.

(Lea en este blog algunas de las mejores anécdotas del libro en cuestión).

José Manuel Coaguila

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