martes, 13 de diciembre de 2011

Acerca de la lectura 2

En nuestra columna anterior dijimos algo sobre por qué leer. En resumen, decíamos que la lectura nos hace cada vez más abstractos, lo que nos permite comprender mejor la realidad que nos rodea, que está hecha en su mayor parte de símbolos.

Ahora nos ocuparemos del cómo motivar la lectura. 

Como en el artículo previo ―siendo fieles a nuestra naturaleza heterodoxa y antigregaria―, dejaremos de lado las recomendaciones trilladas, esas de las que siempre hablan los «especialistas»: el plan lector, la semana del libro, los periódicos murales, las revistas estudiantiles, etc. Desde nuestro modo de ver, éstos son asuntos anodinos y superficiales. En realidad, tres cosas funcionan cuando se trata de motivar la lectura; lo demás es pura contingencia:

1. La mayor motivación viene de casa. La lectura funciona mejor como contagio. Si los padres leen, los hijos también lo harán. Como bien escribió García Márquez, «en general, los hijos de buenos lectores suelen serlo también. De modo que el hábito de leer suele ser de la familia entera.»   


«Los buenos lectores y los lectores precoces ―nos dice Carmen Lomas― provienen, en su mayoría, de hogares donde los padres valoran la lectura y la fomentan en sus hijos.» Por ello, si se desea hijos lectores, que mamá y papá empiecen por leer primero.

2. «El destino de muchos hombres ha dependido de que en casa paterna haya o no haya habido una biblioteca», afirmó, con mucha razón, Edmundo de Amicis.

  

3. La lectura funciona mejor como seducción que como exigencia, pero lo último tampoco deber ser tan satanizado. Mientras la lectura no sea un castigo, sino parte de la rutina que todo niño debe cumplir, parte del deber, pues está bien. Pero preferimos la seducción.

Uno de los personajes del escritor Achille Campanille, el marqués Fuscaldo, llegó a ser el hombre más sabio de su tiempo porque un día, abriendo un libro al azar, encontró un billete de mil liras. Se preguntó entonces si sucedería lo mismo con los demás libros que había heredado (en realidad, una gran biblioteca), y se pasó el resto de su vida hojeando sistemáticamente todos los libros.

Cualquier incentivo es bueno para promover el hábito de lectura. El día menos esperado ya no habrá ninguna necesidad de usar el anzuelo, pues la lectura es un vicio tan difícil de dejar como cualquier otro.

José Manuel Coaguila

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