Tengo
26 años, pero me preocupa llegar a viejo. Esta inquietud tiene una
explicación: tememos a la muerte; por lo tanto, también a todo lo
que nos hace pensar en ella. Por eso, hace unos años leí Sobre
la vejez, de Marco Tulio Cicerón, y la semana pasada lo volví a
hacer.
Seguramente,
esta misma preocupación de llegar a viejo hace que cada domingo, al
pasar por un parque cerca de mi casa, me detenga a observar a los
ancianos del Adulto Mayor, y al verlos jugar, opinar, aprender nuevas
cosas, ejercitar sus músculos, felices, me sienta bien.
El
domingo último, viéndolos, imaginé mucho… Ingresé al parque,
saludé a todos con la mano en alto y me dirigí al lugar que ocupaba
la instructora; le agradecí la invitación, me acomodé en el
pupitre y empecé a dar mi charla:
«Los
seres humanos somos, vivimos y existimos: el ser lo
compartimos con todas las cosas; el vivir, con todos los
animales; pero el existir es exclusivamente humano. Estos tres
niveles, cósmico, animal y social, constituyen nuestra naturaleza.
A
los viejos se los asiste en el vivir, pero ya no en el
existir. Se los alimenta y se los viste, y si están enfermos,
se los medica; nada más. Ya nadie necesita de su aprobación o
reconocimiento, su opinión poco importa; las miradas que se les
dirige son solo piadosas: empiezan a morir socialmente. ‘El drama
de la vejez no es necesitar a los otros, sino que los otros ya no
necesitan más de uno’, ha dicho Tzvetan Todorov. Así, los
ancianos primero dejan de existir, luego recién mueren. Por eso
quiero felicitar a todos los que están pendientes de la existencia
de los viejos, que es lo que más importa.
Las
veleidades del vivir, amigos, no interesan. ¿Lamentan la
pérdida de sus fuerzas?, ¿le tienen miedo a la muerte? Pues hay que
leer a Cicerón.
Las
cosas grandes, señores, no se hacen con la fuerza, la rapidez o la
agilidad del cuerpo, sino mediante las ideas, la autoridad y la
experiencia, cosas que la vejez prodiga en abundancia.
Ahora,
‘¿por qué la muerte es la desazón perenne de la vejez, cuando
bien se sabe que está siempre presente y que también es común a la
juventud?’ La vejez debe sentirse como una victoria, pues los
viejos han alcanzado lo que los mozos desean: vivir mucho tiempo. ‘El
joven —ha escrito Cicerón— espera insensatamente, porque
¿hay algo más necio que tener por seguro lo que es en sí incierto
[…]? El anciano, al fin y al cabo, tiene lo que esperaba, por esto
mismo la vejez es mejor que la adolescencia…’
Y
Marco Tulio continúa espléndidamente: ‘Me parece que la muerte de
un joven es como sofocar la fuerza de una llama con un chorro de
agua. La vejez por el contrario, consumido el fuego, se extingue sin
violencia […]. Las manzanas, si están verdes, no se desprenden de
la rama a no ser con violencia, por el contrario caen por sí mismas
si están maduras y muy sazonadas. Como la violencia quita la vida a
los adolescentes, la madurez quita la vida a los ancianos. Una
madurez que a mí me resulta agradable, de tal manera que yo llegaré
a la muerte tranquilamente como si después de una larga navegación,
al llegar al puerto volviera a ver la tierra.’
Todo
esto ha sido dicho por un viejo. El único freno de la lucidez es la
muerte, no la vejez; que así sea siempre.»
Volví
a la realidad como quien vuelve de un sueño y noté que muchos
ancianos, desde el interior del parque, me miraban extrañamente.
José Manuel Coaguila
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