sábado, 6 de abril de 2013

La vejez


Tengo 26 años, pero me preocupa llegar a viejo. Esta inquietud tiene una explicación: tememos a la muerte; por lo tanto, también a todo lo que nos hace pensar en ella. Por eso, hace unos años leí Sobre la vejez, de Marco Tulio Cicerón, y la semana pasada lo volví a hacer.
 
Seguramente, esta misma preocupación de llegar a viejo hace que cada domingo, al pasar por un parque cerca de mi casa, me detenga a observar a los ancianos del Adulto Mayor, y al verlos jugar, opinar, aprender nuevas cosas, ejercitar sus músculos, felices, me sienta bien.
 
El domingo último, viéndolos, imaginé mucho… Ingresé al parque, saludé a todos con la mano en alto y me dirigí al lugar que ocupaba la instructora; le agradecí la invitación, me acomodé en el pupitre y empecé a dar mi charla:
 
«Los seres humanos somos, vivimos y existimos: el ser lo compartimos con todas las cosas; el vivir, con todos los animales; pero el existir es exclusivamente humano. Estos tres niveles, cósmico, animal y social, constituyen nuestra naturaleza.
 
A los viejos se los asiste en el vivir, pero ya no en el existir. Se los alimenta y se los viste, y si están enfermos, se los medica; nada más. Ya nadie necesita de su aprobación o reconocimiento, su opinión poco importa; las miradas que se les dirige son solo piadosas: empiezan a morir socialmente. ‘El drama de la vejez no es necesitar a los otros, sino que los otros ya no necesitan más de uno’, ha dicho Tzvetan Todorov. Así, los ancianos primero dejan de existir, luego recién mueren. Por eso quiero felicitar a todos los que están pendientes de la existencia de los viejos, que es lo que más importa.
 
Las veleidades del vivir, amigos, no interesan. ¿Lamentan la pérdida de sus fuerzas?, ¿le tienen miedo a la muerte? Pues hay que leer a Cicerón.
 
Las cosas grandes, señores, no se hacen con la fuerza, la rapidez o la agilidad del cuerpo, sino mediante las ideas, la autoridad y la experiencia, cosas que la vejez prodiga en abundancia.
 
Ahora, ‘¿por qué la muerte es la desazón perenne de la vejez, cuando bien se sabe que está siempre presente y que también es común a la juventud?’ La vejez debe sentirse como una victoria, pues los viejos han alcanzado lo que los mozos desean: vivir mucho tiempo. ‘El joven —ha escrito Cicerón— espera insensatamente, porque ¿hay algo más necio que tener por seguro lo que es en sí incierto […]? El anciano, al fin y al cabo, tiene lo que esperaba, por esto mismo la vejez es mejor que la adolescencia…’
 
Y Marco Tulio continúa espléndidamente: ‘Me parece que la muerte de un joven es como sofocar la fuerza de una llama con un chorro de agua. La vejez por el contrario, consumido el fuego, se extingue sin violencia […]. Las manzanas, si están verdes, no se desprenden de la rama a no ser con violencia, por el contrario caen por sí mismas si están maduras y muy sazonadas. Como la violencia quita la vida a los adolescentes, la madurez quita la vida a los ancianos. Una madurez que a mí me resulta agradable, de tal manera que yo llegaré a la muerte tranquilamente como si después de una larga navegación, al llegar al puerto volviera a ver la tierra.’
 
Todo esto ha sido dicho por un viejo. El único freno de la lucidez es la muerte, no la vejez; que así sea siempre.»
 
Volví a la realidad como quien vuelve de un sueño y noté que muchos ancianos, desde el interior del parque, me miraban extrañamente.
 
 
José Manuel Coaguila

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