martes, 3 de abril de 2012

Y sigue la corrida

Los defensores de la tauromaquia creen que poner a los animales a un mismo nivel que los hombres es una actitud ingenua (y puede que tengan razón: «el hombre carece de las barreras naturales instintivas que impiden al animal matar a sus congéneres». Cuando los animales luchan o pelean, basta un gesto de sometimiento para poner fin a la contienda. En el caso de los perros, por ejemplo, el que se siente perdedor ofrece la garganta y el contrincante, viéndose vencedor, interrumpe la lucha. «El hombre, en cambio, carente de tal inhibición automática, da el mordisco y mata al rival.» Somos la única especie que mata innecesariamente), pues ellos no hablan ni piensan. La pregunta éticamente relevante no es, pues, si los animales pueden hablar o pensar, sino si pueden sufrir. Los bebés, por ejemplo, no hablan, y hay personas con retraso mental grave que están en un nivel cerebral por debajo, incluso, del animalesco, pero no por ello merecen el trato que muchas veces les damos a los animales. Todos debemos defender, por lo tanto, el derecho a una igual consideración de los seres capaces de sufrir. El argumento de «raza inferior» no vale: tiempo antes los leones se comían a los cristianos en un ritual que era considerado una fiesta; y hasta hace no mucho los negros eran considerados y tratados como esclavos, con el mismo razonamiento.


Por otra parte, las corridas de toros no son específicamente españolas. De hecho, se han practicado en otros países de Europa, como Inglaterra. (Es curioso que, aparte de España, las corridas se practiquen con mayor fervor en México y Colombia, dos de los países más violentos del mundo.)
«Los españoles no tenemos un gen de la crueldad del que carezcan los ingleses —escribe Mosterín—; la diferencia es cultural. En España siguen celebrándose encierros y corridas de toros, pero no en Inglaterra (donde hace dos siglos eran frecuentes), pues los ingleses pasaron por el proceso de racionalización de las ideas y suavización de las costumbres conocido como Ilustración. Aquí apenas hubo Ilustración ni pensamiento científico, ético y político modernos. Muchos de nuestros actuales déficit culturales proceden de esta carencia.»
España y, por lo tanto, sus colonias no formaron parte, como también los rusos, los escandinavos, los periféricos, de la gran escisión racionalista, aquella etapa donde, mediante las luces de la razón, se disiparon las tinieblas que se cernían sobre la humanidad: la ignorancia, la superstición y la tiranía.

José Manuel Coaguila

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