lunes, 10 de junio de 2013

Lurgio Gavilán Sánchez


Nunca imaginé conocer a Lurgio Gavilán Sánchez. Hace casi medio año iba yo leyendo en una combi el artículo que escribió Vargas Llosa sobre él, asombrado, exaltado, conmovido, y una vez que terminé, consciente de mis posibilidades, deseé únicamente encontrar el libro de Lurgio a como dé lugar, jamás conocerlo personalmente; sin embargo, y como todo lo hermoso de esta vida te sale por donde menos te esperas, conocí a Lurgio hace unos días.
 
¿Y quién es ese señor?, se preguntarán los que nunca han oído hablar de él. Lurgio Gavilán ha sido terrorista, soldado y novicio franciscano, y ahora es candidato a doctor en antropología. Tiene cuarenta años, pero ha vivido como si tuviera el cuádruple. Ha escrito Memorias de un soldado desconocido, un libro autobiográfico que, seguramente, ya debe de estar en la lista de los más vendidos en el Perú de los últimos años. En este libro, Lurgio, que perteneció Sendero Luminoso cuando era casi un niño, cuenta las atrocidades que se cometían contra los pobres y, paradójicamente, en nombre de los pobres, en busca del paraíso terrenal que prometía la ideología comunista. Y la situación no cambió mucho cuando por cosas del azar terminó vistiendo el uniforme militar y combatiendo contra sus excamaradas. Muerte y destrucción, salvando las diferencias, venían de ambos lados. Solo la vida religiosa le daría la tranquilidad que halló en su bucólica niñez, rodeado de los suyos, allá en Ayacucho.
 
A mí, como todos los dichos que de tanto repetir pasan a ser supuestos axiomas, jamás me pareció cierta la idea de que nunca es tarde para estudiar, pero el caso de Lurgio me sale al frente y me estalla en la cara. A la edad que todos terminan sus estudios secundarios, Lurgio recién empezó su educación formal. En el Ejército inició de cero; destacó. Luego, en los años que estuvo de novicio franciscano, vivió dedicado al estudio y a la reflexión, aunque sin descuidar su labor misionera. Colgó los hábitos y así murió por cuarta vez, pero volvió a resucitar, ahora para dedicarse a la vida universitaria. Estudió antropología en la Universidad de Huamanga y hoy es candidato a doctor por la Universidad Iberoamericana de México. Todo esto lo cuenta en su libro.
 
Los peruanos tienen que leer a Lurgio, sobre todo los escolares. Los profesores, en vez de darles a sus alumnos libros de Cuauhtémoc Sánchez y echarles a perder el gusto por la buena literatura, deberían incorporar en sus planes de lectura Memorias de un soldado desconocido. Con él mermarían grandemente la ignorancia que sobre el terrorismo muestran muchos estudiantes, que ni siquiera saben quién fue Abimael Guzmán.
 
Y para aquellos que ya hayan leído el libro de Gavilán y busquen textos similares, testimoniales, que muestren las atrocidades que los seres humanos somos capaces de cometer, les recomiendo tres trabajos parecidos: Yo me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, de Elizabeth Burgos; Informe del viaje al Congo, de Roger Casement; y Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet. He llorado leyendo estos tres libros.
 
Pero lo que les quería contar, caros lectores, es otra cosa. Lurgio estuvo hace unos días en Arequipa. Yudio Cruz, Percy Prado y yo lo visitamos en su hotel. Gavilán es un buen conversador; sencillo, amable, franco; parece un asceta; su tonito de voz sacerdotal inspira confianza y ternura. Concedió una entrevista a diario Correo que vale la pena volverla a leer; la pueden encontrar en este blog: yudiocruz.blogspot.com.


José Manuel Coaguila

No hay comentarios:

Publicar un comentario