Nunca
imaginé conocer a Lurgio Gavilán Sánchez. Hace casi medio año iba
yo leyendo en una combi el artículo que escribió Vargas Llosa sobre
él, asombrado, exaltado, conmovido, y una vez que terminé,
consciente de mis posibilidades, deseé únicamente encontrar el
libro de Lurgio a como dé lugar, jamás conocerlo personalmente; sin
embargo, y como todo lo hermoso de esta vida te sale por donde menos
te esperas, conocí a Lurgio hace unos días.
¿Y
quién es ese señor?, se preguntarán
los que nunca han oído hablar de él. Lurgio Gavilán ha sido
terrorista, soldado y novicio franciscano, y ahora es candidato a
doctor en antropología. Tiene cuarenta años, pero ha vivido como si
tuviera el cuádruple. Ha escrito Memorias
de un soldado desconocido, un libro
autobiográfico que, seguramente, ya debe de estar en la lista de los
más vendidos en el Perú de los últimos años. En este libro,
Lurgio, que perteneció Sendero Luminoso cuando era casi un niño,
cuenta las atrocidades que se cometían contra los pobres y,
paradójicamente, en nombre de los pobres, en busca del paraíso
terrenal que prometía la ideología comunista. Y la situación no
cambió mucho cuando por cosas del azar terminó vistiendo el
uniforme militar y combatiendo contra sus excamaradas. Muerte y
destrucción, salvando las diferencias, venían de ambos lados. Solo
la vida religiosa le daría la tranquilidad que halló en su bucólica
niñez, rodeado de los suyos, allá en Ayacucho.
A
mí, como todos los dichos que de tanto repetir pasan a ser supuestos
axiomas, jamás me pareció cierta la idea de que nunca es tarde para
estudiar, pero el caso de Lurgio me sale al frente y me estalla en la
cara. A la edad que todos terminan sus estudios secundarios, Lurgio
recién empezó su educación formal. En el Ejército inició de
cero; destacó. Luego, en los años que estuvo de novicio
franciscano, vivió dedicado al estudio y a la reflexión, aunque sin
descuidar su labor misionera. Colgó los hábitos y así murió por
cuarta vez, pero volvió a resucitar, ahora para dedicarse a la vida
universitaria. Estudió antropología en la Universidad de Huamanga y
hoy es candidato a doctor por la Universidad Iberoamericana de
México. Todo esto lo cuenta en su libro.
Los
peruanos tienen que leer a Lurgio, sobre todo los escolares. Los
profesores, en vez de darles a sus alumnos libros de Cuauhtémoc
Sánchez y echarles a perder el gusto por la buena literatura,
deberían incorporar en sus planes de lectura Memorias
de un soldado desconocido. Con él
mermarían grandemente la ignorancia que sobre el terrorismo muestran
muchos estudiantes, que ni siquiera saben quién fue Abimael Guzmán.
Y
para aquellos que ya hayan leído el libro de Gavilán y busquen
textos similares, testimoniales, que muestren las atrocidades que los
seres humanos somos capaces de cometer, les recomiendo tres trabajos
parecidos: Yo me llamo Rigoberta Menchú
y así me nació la conciencia, de
Elizabeth Burgos; Informe del viaje al
Congo, de Roger Casement; y Biografía
de un cimarrón, de Miguel Barnet. He
llorado leyendo estos tres libros.
Pero
lo que les quería contar, caros lectores, es otra cosa. Lurgio
estuvo hace unos días en Arequipa. Yudio Cruz, Percy Prado y yo lo
visitamos en su hotel. Gavilán es un buen conversador; sencillo,
amable, franco; parece un asceta; su tonito de voz sacerdotal inspira
confianza y ternura. Concedió una entrevista a diario Correo que
vale la pena volverla a leer; la pueden encontrar en este blog:
yudiocruz.blogspot.com.
José Manuel Coaguila
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