Dicen
que el amor y el odio se parecen mucho, y es tanto el parecido que
muchas veces, en realidad, amamos cuando creemos odiar. El verdadero
enemigo del amor, por tanto, no sería el odio, sino la indiferencia.
Amar a alguien u odiarlo, con las actitudes que estos sentimientos
conllevan, es reafirmar la existencia de la persona a la que tales
sentimientos se refieren, pero ser indiferente es eliminarla
socialmente, y esto es lo más doloroso para nosotros, seres hechos
no solo de carne y hueso, sino también de miradas ajenas.
Con
las cosas pasa algo parecido. Despreciar algo es, a veces y muy en el
fondo, desearlo. Entre las tantas ideas equivocadas de los libros de
autoayuda figura una que cuestiono mucho, y es esta de que el dinero
no da la felicidad. Sí, claro, no da la felicidad, como nada en este
mundo de una manera exclusiva. Además, puedes tenerlo todo y ser
infeliz, que la naturaleza nos ha hecho insatisfechos por
antonomasia. Pero a lo que iba era a esto, que está muy de moda, de
decir que no nos importa el dinero. ¡Se ve tan falso! Y quienes lo
dicen son mayormente gente adinerada. Yo creo que el desprecio
público es un amor furtivo. En realidad, esta pose es un lujo que
solo se pueden dar los ricos (o los tontos).
El
dinero da la felicidad, ¡pero te hace todo tan fácil! Es cierto, no
lo compra todo, pero tampoco el amor, así es que no hay por qué
hacer tantas diferencias. Dejemos ya de ser hipócritas, que a todos
nos gusta la plata, y quien diga que no, que todo lo que le sobre se
lo dé a los que piensan como yo. Y en esto me hubieran respaldado
José Santos Chocano, Roberto Arlt y Marcel Proust, solo por citar a
algunos hombres de letras, escritores que, valgan verdades, tocaron
extremos en cuanto a esto del amor por el dinero.
Chocano
llegó a hacer excavaciones en Santiago de Chile buscando el tesoro
perdido de los jesuitas. «Los vecinos […] —cuenta Luis
Alberto Sánchez— recuerdan que Chocano recorría, hora tras
hora, los escombros abiertos y esparcidos en la esquina de San
Antonio con Mapocho. Vano pugnar. Al cabo nada salió del seno de la
tierra. Los escavadores [sic] volvieron a suturar las heridas
abiertas en aceras y calzadas; y, sobre la gran cicatriz del
pavimento, ladró largamente, a la sordina, la penúltima espectativa
[sic] de riqueza de José Santos Chocano…»
Jorge
Luis Borges ha dicho de Roberto Arlt: «Era muy ingenuo. Se dejaba
engañar por cualquier plan para ganar mucha plata, por descabellado
que fuera, a condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por
ejemplo, se interesó mucho en el proyecto para instalar una feria
para rematar caballos, en Avellaneda. El verdadero negocio
consistiría en que clandestinamente cortarían las colas de los
caballos, venderían la cerda y ganarían millones. Un negocio
adicional: con las costras de las mataduras del lomo fabricarían un
insecticida infalible.»
Y
por último Proust, que se dejó convencer por el ingeniero químico
Henri Lemoine e invirtió una buena cantidad de dinero en un proyecto
descabellado: fabricar diamantes a partir del carbón. La estafa
quedó al descubierto, Lemoine fue a la cárcel y Proust aprovechó
la ocasión para escribir un estupendo libro sobre el asunto.
Odiar
quizá sea una forma de amar. Despreciar el dinero tal vez sea una
forma de avaricia. Yo no odio ni desprecio nada.
José Manuel Coaguila
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