miércoles, 5 de junio de 2013

El dinero


Dicen que el amor y el odio se parecen mucho, y es tanto el parecido que muchas veces, en realidad, amamos cuando creemos odiar. El verdadero enemigo del amor, por tanto, no sería el odio, sino la indiferencia. Amar a alguien u odiarlo, con las actitudes que estos sentimientos conllevan, es reafirmar la existencia de la persona a la que tales sentimientos se refieren, pero ser indiferente es eliminarla socialmente, y esto es lo más doloroso para nosotros, seres hechos no solo de carne y hueso, sino también de miradas ajenas.
 
Con las cosas pasa algo parecido. Despreciar algo es, a veces y muy en el fondo, desearlo. Entre las tantas ideas equivocadas de los libros de autoayuda figura una que cuestiono mucho, y es esta de que el dinero no da la felicidad. Sí, claro, no da la felicidad, como nada en este mundo de una manera exclusiva. Además, puedes tenerlo todo y ser infeliz, que la naturaleza nos ha hecho insatisfechos por antonomasia. Pero a lo que iba era a esto, que está muy de moda, de decir que no nos importa el dinero. ¡Se ve tan falso! Y quienes lo dicen son mayormente gente adinerada. Yo creo que el desprecio público es un amor furtivo. En realidad, esta pose es un lujo que solo se pueden dar los ricos (o los tontos).
 
El dinero da la felicidad, ¡pero te hace todo tan fácil! Es cierto, no lo compra todo, pero tampoco el amor, así es que no hay por qué hacer tantas diferencias. Dejemos ya de ser hipócritas, que a todos nos gusta la plata, y quien diga que no, que todo lo que le sobre se lo dé a los que piensan como yo. Y en esto me hubieran respaldado José Santos Chocano, Roberto Arlt y Marcel Proust, solo por citar a algunos hombres de letras, escritores que, valgan verdades, tocaron extremos en cuanto a esto del amor por el dinero.
 
Chocano llegó a hacer excavaciones en Santiago de Chile buscando el tesoro perdido de los jesuitas. «Los vecinos […] —cuenta Luis Alberto Sánchez— recuerdan que Chocano recorría, hora tras hora, los escombros abiertos y esparcidos en la esquina de San Antonio con Mapocho. Vano pugnar. Al cabo nada salió del seno de la tierra. Los escavadores [sic] volvieron a suturar las heridas abiertas en aceras y calzadas; y, sobre la gran cicatriz del pavimento, ladró largamente, a la sordina, la penúltima espectativa [sic] de riqueza de José Santos Chocano…»
 
Jorge Luis Borges ha dicho de Roberto Arlt: «Era muy ingenuo. Se dejaba engañar por cualquier plan para ganar mucha plata, por descabellado que fuera, a condición de que hubiera en él algo deshonesto. Por ejemplo, se interesó mucho en el proyecto para instalar una feria para rematar caballos, en Avellaneda. El verdadero negocio consistiría en que clandestinamente cortarían las colas de los caballos, venderían la cerda y ganarían millones. Un negocio adicional: con las costras de las mataduras del lomo fabricarían un insecticida infalible.»
 
Y por último Proust, que se dejó convencer por el ingeniero químico Henri Lemoine e invirtió una buena cantidad de dinero en un proyecto descabellado: fabricar diamantes a partir del carbón. La estafa quedó al descubierto, Lemoine fue a la cárcel y Proust aprovechó la ocasión para escribir un estupendo libro sobre el asunto.
 
Odiar quizá sea una forma de amar. Despreciar el dinero tal vez sea una forma de avaricia. Yo no odio ni desprecio nada.
 
José Manuel Coaguila

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