martes, 15 de noviembre de 2011

Santa mariconada

Hablar de los orígenes de la prostitución es zambullirnos en los albores de la humanidad, lo que es bien sabido por todos. Lo que sí no conocen muchos es que la homosexualidad sea tan antigua como el meretricio, y que ambos, en sus inicios, tuvieran matices religiosos. La prostitución y la homosexualidad eran, pues, materia sagrada. «No siempre ha sido la prostitución cosa clandestina y despreciada como ahora —escribe Bertrand Russell— [...] Primitivamente, la prostituta era una sacerdotisa consagrada a un dios o a una diosa, y al servir al transeúnte forastero cumplía un acto de culto.»

Cosa similar pasó con la homosexualidad. La Historia ha registrado prostitución de y para hombres en templos de la Antigüedad, como, por ejemplo, en Babilonia, donde sacerdotes del dios Ishtar realizaban prácticas homosexuales un su honor.

Esto ya lo sabíamos.

Lo que ignorábamos hasta hace poco, gracias a que leímos Pecar como Dios manda. Historia sexual de los argentinos (el primer libro de una trilogía), era que —y disculpen la ingenuidad— algo similar, con respecto a la homosexualidad, pasó en la mayoría de los pueblos naturales de Sudamérica.


Federico Andahazi, autor del libro en cuestión, ha elaborado una extraordinaria historia sexual de sus compatriotas cuyas simientes traspasan fronteras. El autor de El anatomista aborda temas que la Historia mira siempre de soslayo: la homosexualidad, la virginidad, el adulterio, las violaciones, el aborto, la zoofilia, el incesto. Y es que para Andahazi «la historia de una nación sólo puede comprenderse si se conoce el entramado de relaciones sexuales que la gestaron».

Cerámica homoerótica Chimú.

Según el escritor argentino —muy bien documentado—, en tiempos prehispánicos la virginidad no era bien vista, el adulterio era más grave que una violación, el aborto, práctica natural y el incesto y la zoofilia, cosa consentida. Por otra parte, retomando el tema, la homosexualidad, sobre todo entre los incas, era asunto sagrado. Jovencitos travestidos, educados desde temprana edad en el oficio, satisfacían los más exigentes deseos carnales de sacerdotes y altos mandos militares. Estos «prostitutos del templo», llamados así por los cronistas, de rasgos bellos y femeninos, encajaban perfectamente dentro de la cosmogonía incaica, y es que «Viracocha, el Dios principal, el Creador, era, a decir de Pachacuti, una entidad de carácter andrógino», por lo que eran bien vistos y respetados.

José Manuel Coaguila

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