miércoles, 15 de febrero de 2012

En las vías del amor

Si encuestaríamos a esposos preguntándoles, por separado y anónimamente, claro, si están junto al amor de sus vidas, la respuesta mayoritaria sería, seguramente, no. Y si a esos mismos esposos, como por arte de magia, les cambiaríamos su pasado y le pondríamos a lado al que dicen es el amor de sus vidas, la misma encuesta daría los mismos resultados. ¿Por qué? Porque el ser humano es un ser siempre insatisfecho, más todavía en el terreno amoroso. ¿Y por qué más en este campo? Lo veremos a continuación, a propósito de haber sido ayer el Día de los Enamorados.

Fantasía. «El gran amor nace del gran conocimiento del objeto amado, y si este conocimiento del objeto es insuficiente, no se podrá amarlo sino muy poco o nada…», escribió Leonardo da Vinci.
No es cierto, nos dice Freud, refutando la idea de Leonardo, que los hombres repriman su amor hasta después de haber estudiado y descubierto la esencia del objeto al que tales afectos han de referirse. Por el contrario, aman impulsivamente, obedeciendo a motivos sentimentales y la reflexión y la meditación no pueden sino debilitar los efectos de dichos motivos.
Freud tiene razón. El amor es impulso, vehemencia, locura; y por ello es más fantasía que realidad. Pero si primero se ama y después se conoce, ¿qué amamos entonces?


Subjetividad. En El laberinto de la soledad, Octavio Paz escribió: «Entre la mujer y nosotros se interpone un fantasma: el de su imagen, el de la imagen que nosotros nos hacemos de ella y con la que ella se reviste.»
Preguntamos de nuevo, ¿qué amamos entonces? Pues la imagen o la idea que nos hemos hecho del otro.
Es difícil enamorarse de alguien a quien conocemos desde siempre, pues si así fuese, socavaríamos la esencia del amor: la fantasía. Los espacios que deja el no-conocer son llenados por nuestra imaginación y fantasía. ¿Y sobre la base de qué criterios? De tres: a) conforme lo que uno es, b) conforme lo que uno fue y c) conforme lo que uno quisiera ser.
Desde este punto de vista, el amor no es más que la necesidad de encontrarnos con nosotros mismos, de buscarnos y amarnos en otro. ¿Y qué es el otro? El otro es la fachada, el disfraz, el atuendo con el que nuestro amor propio se reviste.


Misterio. Mientras haya algo por descubrir, por saber; mientras la persona amada y su medio estén inmersos en lo nebuloso, en lo desconocido; el amor lucirá inmarcesible. Pero cuando los espacios ignotos se vayan reduciendo cada vez más, la imagen sublime y encantadora que nos hemos hecho del otro se irá marchitando; distinguiéndose, entre el follaje, una realidad quizá totalmente distinta.
                                                                                 
¿Ahora, con lo hasta aquí dicho, podemos comprender por qué, sobre todo en el amor, somos seres insatisfechos?

Amor líquido. Pero también hay una lectura sociológica del asunto, que más que oponerse, complementa la psicoanalítica.
La insatisfacción en el amor ha sido exacerbada, cuando no creada, por la sociedad de consumo, donde disfrutar de cosas nuevas y diferentes es lo que importa. Todo allí es instantáneo, rápido; lo que es hoy ya dejó de ser mañana. En medio de esta vorágine, las personas se desesperan al sentirse, también, fácilmente descartables; y por ello prefieren relaciones libres, sin ataduras, sin riesgos de ningún tipo.
El mercado nos ha hecho amantes de lo novedoso. «Siempre existe la sospecha […] de que alguna posibilidad de felicidad desconocida y completamente diferente de la experimentada hasta el momento se nos ha ido de entre las manos o está a punto de desaparecer para siempre si no hacemos algo al respecto.»



José Manuel Coaguila

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