martes, 19 de junio de 2012

Abracadabra, amén

Nos escribe un lector llamado Aldo: «…he leído su artículo publicado en diario Correo el día de ayer miércoles 13 de junio, donde usted hace uso del término ‘mágico-religioso’ como si se tratara de dos cosas semejantes o parecidas, a lo que debo decir que me parece fundamental e importante aclarar ello…» Hasta aquí, todo válido y hasta cierto punto interesante. Pensamos por un momento que quizá razonaría como Cassirer, para quien «la religión es la expresión simbólica de nuestros ideales morales supremos, en tanto que considera a la magia como ‘un agregado de supersticiones’», diferencia ingeniosa y en parte válida. Pero no. Aldo dijo, a continuación, lo que el común de la gente dice: que la magia es recurrir a instancias «ilegales» para conseguir con más facilidad y rapidez lo mismo que Dios nos puede dar si nos acercamos a Él y lo servimos.

Nosotros le escribimos lo siguiente: «Sr. Aldo, gracias por leerme. Solo le quiero decir dos cosas. La primera es que el término al que hace referencia (‘mágico-religioso’) forma parte de una cita textual, y con esto no quiero decir que lo repruebo, que quede claro. Y para terminar, su observación me parece muy ingenua, cándida, y, la verdad, no veo cómo confrontar mis ideas con las suyas, es como querer coger una aguja con un guante de box puesto.»

Aldo insistió en un segundo e-mail: «…utilizar el término mágico-religioso es como hablar de un partido político demócrata-comunista…» Y agrega más adelante: «…muy a menudo veo que algunos términos se utilizan de manera arbitraria […] es menester del comunicador ‘masticar’ lo que comunica antes de emitirlo, para no caer en generalidades y finalmente confundir una cosa con la otra.»


¿Tan difícil es darse cuenta que la magia y la religión son dos traducciones de un mismo libro; que ahora quizá puedan hacerse diferencias pero que, en general, permanecen bajo una misma estructura de pensamiento? ¿Ambas no se sustentan acaso en la relación con algo que está en el dominio de lo sobrenatural? ¿No hacen lo miso el chamán que invoca a fuerzas y dioses desconocidos y el sacerdote que eleva una plegaria a un dios omnipotente y omnisciente?

Dios dijo ‘hágase la luz’ y la luz se hizo, Moisés partió el Mar Rojo en dos y Jesús resucitó entre los muertos, ¿no es la Biblia el libro mágico por antonomasia?

Aldo seguramente tiene por ahí un objeto de la buena suerte, lee el horóscopo y pide un deseo cada vez que sopla las velitas de su torta de cumpleaños, pero también asiste todos los domingos a misa. Son pues los rezagos de una etapa de la humanidad donde no había diferencias entre magia y religión. Si ahora las hay, es únicamente porque a una se la considera mala y a otra buena, eso es todo.

P.D.: ¿Y qué opina de Dios?, le preguntaron cierta vez a Borges. El autor de Ficciones, solemnemente irónico, respondió: «¡Es la máxima creación de la literatura fantástica! Lo que imaginaron Wells, Kafka o Poe no es nada comparado con lo que imaginó la teología. La idea de un ser perfecto, omnipotente, todopoderoso es realmente fantástica.»


José Manuel Coaguila

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