martes, 12 de junio de 2012

De los hombres, sus nombres

¿Sabe cuál es el nombre completo de Picasso? Es como sigue: Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso. ¿A qué se debe ―dejando ya de mirar solo al pintor malagueño― la acumulación de nombres? Marco Aurelio Denegri, en su libro Lexicografía, capítulo CII, donde hay más ejemplos de esto que podemos llamar «plétora nominal», nos dice, citando a Fernando Nicolaÿ, lo siguiente: «La costumbre de acumular nombres tiene origen mágico-religioso. En efecto, de antiguo se ha creído que cuanto mayor sea el número de nombres que uno tenga, tanto mayor será la protección que a uno le dispensen los dioses, vírgenes, santos, espíritus, encantamientos, misterios y demás realidades espirituales o fantásticas a que esos nombres se refieran.»



Y hablando de este tipo de supersticiones, se nos viene a la mente algo que leímos en un libro de Jung, ¿cómo se llamaba…? Aquí está: Los complejos y el inconsciente. En la página 21, el psicólogo suizo se ocupa de una concepción primitiva que identifica el alma con el nombre, y escribe: «El nombre de un individuo sería, según esto, su alma, y de aquí la costumbre de reencarnar en los recién nacidos el alma de los antepasados dándoles los nombres de éstos.»

«Me llamo Ernesto —escribió Sabato— porque cuando nací, el 24 de julio de 1911, día del nacimiento de san Juan Bautista, acababa de morir el otro Ernesto [su hermano], al que, aún en su vejez, mi madre siguió llamando Ernestito, porque murió siendo una criatura.»


Y ya que de nombres de escritores hablamos, pues no estaría demás traer al caso algunas anécdotas con respecto al apellido de algunos. Cuenta José Saramago en Las pequeñas memorias lo siguiente: «En otro lugar he contado el cómo y el porqué del apellido Saramago. Que ese Saramago no era apellido paterno, sino el apodo por el que era conocida la familia en la aldea. Que cuando mi padre fue a inscribir en el registro civil de Golegã el nacimiento de su segundo hijo sucedió que el funcionario (Silvino se llamaba) estaba borracho […], y que, bajo los efectos del alcohol y sin que nadie notara el onomástico fraude, decidió, por su cuenta y riesgo, añadir el Saramago al lacónico José de Sousa que mi padre pretendía que llevara.»

A diferencia del premio Nobel portugués, cuyo apellido parece ser verídico, el del autor de Los perros hambrientos siempre sonó a seudónimo, según testimonio del mismo Ciro Alegría: «'¿Se llama usted de veras así?', me preguntan sin tregua. Yo tomo el asunto con humor y no respondo de inmediato. '¿Le pusieron ese nombre?', insisten los circunstanciales curiosos. Termino por informar que tal es mi nombre ciertamente y entonces, los preguntones entre que se sorprenden y decepcionan.»

Lo mismo pensarían de usted, querido lector, si se llamaría, por ejemplo, Ciro Tristeza, ¿no?


José Manuel Coaguila


 

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