sábado, 23 de julio de 2011

MACHUPICCHU EN LAS LETRAS (A PROPÓSITO DE SU CENTENARIO)

POR José Manuel Coaguila*
josman213@hotmail.com

Toda mi voz saluda en Machu Picchu
al anticipo
a la primera piedra
de la ciudad del siempre repartiendo
y el nunca acumulando
venida hasta nosotros desde el trasfondo de la historia
para que nuevamente enarbolemos
el estado de amor y de justicia que es la patria completa

Alberto Hidalgo,
PATRIA COMPLETA





«¿Alguien podría decirme qué escritores han hablado o escrito sobre Machupicchu?», es la pregunta que encontré hace poco en Internet y que ahora, a pesar de lo desmemoriado que soy y lo osado de la interrogante, intentaré responder teniendo en cuenta dos criterios: 1) hablar sólo de los más grandes (por el espacio, que suele ser siempre tirano) y 2) de los extranjeros más que de los peruanos (y no porque éstos estén por debajo de aquéllos ni nada que se le parezca, sino por una cuestión de agradecimiento con los que, siendo foráneos, elogiaron, cantaron y defendieron a Machupicchu). De seguro habrán muchos que se me escabullirán de las manos, sobre todo teniendo en cuenta la indigente memoria y las escasas lecturas que poseo, pero tampoco es mi intención dejar cerrado el asunto ―¡Dios me libre de semejante empresa!―, sino todo lo contrario, abrirlo lo más posible.

LOS NUESTROS. Entre los peruanos, que no son pocos, recuerdo a César Vallejo, que en 1935, en París, escribió: «Machupicchu ofrece seguramente […] las construcciones lapídeas más originales, audaces y grandiosas de la época precolombina de ambas Américas». Dándole, además, como no podía dejar de ser en él, un toque poético a su prosa, que su objeto inspira: «Tierra y cielo parecen allí haberse aliado al empeño de los hombres, para esculpir en talla directa sobre la inmensidad de las alturas, una verdadera ciudad de Dios» (1). Y si en Vallejo, para mí el más religioso de todos nuestros poetas modernos, Machupicchu es la ciudad de Dios, en Alberto Hidalgo, el gran poeta arequipeño, anticlerical y laico, de vida un tanto licenciosa y megalómana, es más que eso. En las antípodas del autor de Trilce, Hidalgo escribió: «Es Machu Picchu / la ciudad donde Dios se desprestigia / porque demuestra que él nunca hizo nada / que se pudiera comparar con ella» (2).
Otro es el caso de José María Arguedas, autor de una de las novelas más hermosas de la literatura peruana, Los ríos profundos. Para el escritor andahuaylino ―trayendo a tierra el asunto y poniendo en frente al hombre―, el que ingresa a Machupicchu «es despertado en todo lo que tiene de superior y sensible; y su sed de belleza, de ensueño, de armonía y de infinito es rebasado y herido» (3). En la misma línea, Juan Gonzalo Rose, acaso el poeta más fino de la generación del 50, le canta a la sabiduría de aquellos que construyeron lo que hasta ahora sigue sorprendiendo e intrigando al mundo: «Machu Picchu, dos veces / me senté en tu ladera / para mirar mi vida. / Para mirar mi vida / y no por contemplarte, / porque necesitamos / menos belleza, Padre, / y más sabiduría.» (4)
Pero el mejor tributo lo hizo Martín Adán, sobre todo con La mano desasida, extenso poema donde está presente la angustia existencial que minó gran parte de su vida, y que se torna más ostensible al ponerse el poeta frente a Machupicchu, símbolo complejo a partir del cual se reflexiona sobre diversos temas, y todo se vuelve duda, interrogante; finito: «¿Por qué lloro, a tu piedra pegado, / Como si acabara de nacer?» […] «¿Qué eres tú, Machu Picchu, / Almohada de entresueño?» […] «¿Estaré vivo? / ¿Habré muerto? / ¿Cómo es la muerte? ¿Cómo es la vida? / ¿Dónde estoy en tu misterio?» (5)
Y la lista es larga (Mario Florián, Tamayo Vargas, Alberto Vega…), pero el espacio no.

JORGE LUIS BORGES. Borges, «lo más importante que le ocurrió a la literatura en lengua española moderna y uno de los artistas contemporáneos más memorables» (6), siempre se mostró, orgulloso, muy cercano al Perú; al menos así lo hacía notar a cuanto peruano lo entrevistaba. Y no precisamente por su literatura, de la que sólo destacaba a Eguren, sino por remotos vínculos entre la historia de este país y la suya propia: Jerónimo de Cabrera, fundador de la ciudad peruana de Ica y de la argentina Córdoba, quien se casó y vivió en Cusco, y el coronel Manuel Isidoro Suárez, quien peleó en las batallas de Junín y Ayacucho defendiendo la causa independentista, llevaron su sangre; el primero fue su bisabuelo por línea materna, y el segundo, según confesó, sin precisarlo, «uno de los miles de ascendientes» que tuvo.



Borges, gran admirador de la cultura peruana (el primer libro de historia que leyó, según declaró, fue La conquista del Perú de Prescott), siempre colmó de elogios a nuestros antepasados: «…nuestro país [Argentina] tuvo un pasado indígena muy pobre. Si alguna cultura nos llegó, fue la que llegó del Perú. Lo demás, los indios pampas, los indios araucanos, eran nómadas. Contaban de este modo: abrían la mano y contaban uno, dos, tres, cuatro, muchos… ¿Qué podíamos hacer con ellos? En cambio ustedes [los peruanos] tienen un pasado riquísimo.» (7) Por ello visitó, hasta donde sé, dos veces Cusco, capital del incanato, e igual número de veces Machupicchu.
La primera vez fue en el año 1965. Pronunció algunas conferencias en Lima, recibió distinciones académicas y, luego, viajó a Cusco ―la ciudad de los incas, retratada magistralmente por Prescott, quien, sin embargo, nunca pisó suelo peruano―, expectante y ansioso de estar en aquel lugar maravilloso que hasta entonces sólo había conocido por medio de libros. De Cusco viajó a Machupicchu, la cereza de la torta, donde quedó fascinado con tanta belleza, con tanta precisión y sabiduría (precisamente, las tres características más resaltantes de su prosa).
Regresó al Perú en noviembre de 1978, y volvió a visitar la ciudadela inca, aunque esta vez ya casi ciego. Antes, en una entrevista, el gran Alfredo Barnechea le preguntó «¿por qué va [nuevamente] a Machu Picchu?», a lo que Borges respondió: «Hay dos razones. Primero, quiero volver a verlo, sé cuanto me impresionó, y sé que ahora, aunque no pueda verlo, creeré verlo. Y luego quiero que María Kodama (8) lo vea.» (9)

JOSÉ SARAMAGO. Otro gigante de las letras que admiró nuestra cultura fue el portugués José Saramago, premio Nobel de Literatura en 1998. Y no sólo la admiró, llenándola de elogios; también la defendió como mejor pudo —con la pluma en alto—, al intentar el gobierno de Fujimori, en 1995, privatizar nuestras zonas arqueológicas, entre ellas Machupicchu. Al respecto, ese mismo año, Saramago escribe: «A mí me parece bien, que se privatice Machu Picchu, que se privatice Chan Chan, que se privatice la Capilla Sixtina, que se privatice el Parthenón […] que se privatice la Cordillera de los Andes, que se privatice todo, que se privatice el mar y el cielo, que se privatice el agua y el aire, que se privatice la justicia y la ley, que se privatice la nube que pasa, que se privatice el sueño sobre todo si es diurno y con los ojos abiertos. Y finalmente, para florón y remate de tanto privatizar, privatícense los Estados, entréguese de una vez por todas la explotación a empresas privadas mediante concurso internacional. Ahí se encuentra la salvación del mundo… Y, metidos en esto, que se privatice también la puta que los parió a todos.» (10)


 En 1998, Saramago se convierte en el primer portugués ―y el único hasta ahora― en recibir el premio Nobel, y también visita Machupicchu. «Dijo que aquello era una maravilla y sólo el genio de una raza milenaria y sabia, como la inca, podía haber construido un monumento de piedra en la parte más empinada de una montaña, rodeada de abismos» (11). El autor de Ensayo sobre la ceguera, una de sus mejores novelas, si no la mejor, sobrevoló y recorrió Machupicchu, en helicóptero y a pie, más de una vez y durante varias horas, quedando embelesado con tanta humanidad perennizada en piedra, la misma que él también eternizó, pero en libros.

PABLO NERUDA. Ningún poeta de la talla de Pablo Neruda ha ensalzado tanto nuestro Perú, su pasado milenario, su literatura, su gente. Amigo y admirador confeso de César Vallejo, cantor de Machupicchu y defensor de nuestra raza, estuvo en Cusco en 1943, procedente de México, donde cumplía funciones diplomáticas.


El gran poeta chileno, de regreso a Chile luego de renunciar a su cargo de cónsul, se detuvo en varios países sudamericanos, entre ellos Perú, donde hizo ―según confesó― otro descubrimiento que agregaría un nuevo estrato al desarrollo de su poesía: «Me detuve en el Perú y subí hasta las ruinas de Machu Picchu. Ascendimos a caballo. […] Me sentí infinitamente pequeño en el centro de aquel ombligo de piedra; ombligo de un mundo deshabitado, orgulloso y eminente, al que de algún modo yo pertenecía. Sentí que mis propias manos habían trabajado allí en alguna etapa lejana, cavando surcos, alisando peñascos.» (12)
Allí nació su extenso poema Alturas de Machu Picchu, que sería luego parte de Canto General, poemario que nació, como idea, «en aquellas alturas difíciles, entre aquellas ruinas gloriosas y dispersas» (13): «‘Allí comenzó a germinar mi idea de un canto general americano. Antes había persistido en mí la idea de un canto general a Chile, a manera de crónica. Ahora veía a América entera desde las alturas de Machu Picchu.’» (14)
Para Neruda, «el Perú fue matriz de América» (15); y Machupicchu, «la exactitud enarbolada: / el alto sitio de la aurora humana: / la más alta vasija que contuvo el silencio: / una vida de piedra después de tantas vidas.» (16)
«‘Después de ver las ruinas de Machu Picchu —nos cuenta [Neruda]— las culturas fabulosas de la antigüedad me parecieron de cartón piedra, de paper maché.’» (17)

Y la lista no es corta (Alberto Vázquez-Figueroa, Roberto Gómez Bolaños…), pero el espacio sí.

Notas
(1) VALLEJO, César, (2002) Artículos y crónicas completos II, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima, p. 943.
(2) HIDALGO, Alberto, (1997) Antología poética, Editorial UNSA, Arequipa, p. 263.
(3) ARGUEDAS, José María, (1989) Indios, mestizos y señores, Editorial Horizonte, Lima, p. 104.
(4) ROSE, Juan Gonzalo, (1974) Obra poética, Instituto Nacional de Cultura, Lima, p. 231.
(5) ADÁN, Martín, (1971) Obra poética (1928-1971), Instituto Nacional de Cultura, Lima, pp. 107, 109 y 123.
(6) VARGAS LLOSA, Mario, (2005) Diccionario del amante de América Latina, Paidós, Barcelona, p. 55.
(7) BARNECHEA, Alfredo, (1998) Peregrinos de la lengua. Confesiones de los grandes autores latinoamericanos, Alfaguara, Madrid, pp. 40-41.
(8) En este tiempo, su secretaria personal. Luego, faltando pocos meses para la muerte de Borges, se convertiría en su segunda esposa.
(9) BARNECHEA, Alfredo, Op. Cit., p. 40.
(10) SARAMAGO, José, (2001) Cuadernos de Lanzarote I (1993-1995), Alfaguara, Madrid.
(11) VILLANES CAIRO, Carlos, Hasta siempre, Saramago, en diario La República, Lima, 19 de junio de 2010, p. 28.
(12) NERUDA, Pablo, (1994) Confieso que he vivido, RBA Editores, S.A., Barcelona, p. 202.
(13) Ibídem, pp. 202-203.
(14) LELLIS, Mario Jorge de, (1959) Pablo Neruda, Editorial La Mandrágora, Buenos Aires, p. 70.
(15) NERUDA, Pablo, (1981) Para nacer he nacido, Seix Barral, S.A., Barcelona, p.168.
(16) — (1950) Canto general, Ediciones Océano, México, p. 47.
(17) LELLIS, Mario Jorge de, Op. cit., pp. 69-70.

* Trabajó en radio, televisión y prensa escrita. En el 2007 ocupó el segundo puesto ―género ensayo― en los “I Juegos Florales Universitarios”. Acaba de terminar sus estudios en la Facultad de Filosofía y Humanidades (Literatura y Lingüística) y en la Facultad de Ciencias de la Educación (Ciencias Sociales) de la Universidad Nacional de San Agustín – Arequipa.

1 comentario:

  1. Que buen articulo, felicitaciones a José. Se nota que ha leido mucho...

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