sábado, 24 de septiembre de 2011

Un libro anecdótico

Lo vimos hace mucho, y nos pareció interesante; ahora, que lo acabamos de leer, nos preguntamos si es recomendable su lectura. Hablamos del libro De cuando Vargas Llosa noqueó a Gabo y otras 299 anécdotas literarias, del periodista español Luis Fernández Zaurín.
Las erratas del libro y los datos inexactos (como cuando se dice que Cine o sardina es el libro de memorias de Guillermo Cabrera Infante, o que Juan Rulfo escribió un solo relato, El llano en llamas) son poca cosa al lado de lo fútil, trivial y sosas que resultan ser la mayoría de «anécdotas»; izándose, de esta forma, la cuarta acepción que la Academia le otorga a la palabra anécdota: suceso circunstancial o irrelevante, y dejándose de lado el hecho curioso, poco conocido y entretenido.
Los dedos de las manos sobran para contar los aciertos, que habrían sido más si el autor hubiera contado con las lecturas necesarias para escribir un libro así. Pareciera que primero puso el título y luego, afuciado, forzó situaciones que ningún otro autor con cierta idea de lo que buscarían los lectores en un libro como el citado, pondría. Trescientos es un número muy alto para quien sabe lo que sabemos nosotros de literatura: casi nada.


Abramos el libro al azar: ¿Qué de curioso o entretenido tiene saber que Alberti gastó mucho dinero invitando helados a sus amigos, o que eligió como pago cinco mil pesetas y no un caballo, porque vivía en un tercer piso? ¿Qué de anecdótico tiene el hecho de que Buñuel le preguntara a Jean-Claude Carrière, la primera vez que se conocieron, si le gustaba el vino; que a Vargas Llosa su madre no lo dejara leer a Neruda, o que en una conferencia de Bryce, los académicos que le precedieron hablaran más que él? (pp. 132-133)
Por otro lado, si hablamos de ese puñado de anécdotas que desembarran un poco el libro, nos quedamos con la de Capote. Cuenta el autor de A sangre fría que cierto día, en un bar, se le acercó una mujer a pedirle que le firmara una servilleta de papel. Al marido, borracho, al parecer eso no le gustó; fue hasta la mesa del escritor, se abrió la bragueta y, después de sacar el aparato, dijo: «Ya que está firmando autógrafos, ¿por qué no me firma esto?» A lo que Capote respondió: «No sé si cabrá mi firma, pero quizá pueda ponerle mis iniciales».

José Manuel Coaguila

No hay comentarios:

Publicar un comentario