Hace
algunos años le escribí, vía e-mail, a una amiga que se
lamentaba de su mala suerte: «M., en la vida no hay merecimientos.
La existencia humana no tiene lógica, no funciona lógicamente, es
decir, las cosas no siempre suceden como se espera; estoy totalmente
convencido de ello. […] Así es que no te tortures diciendo que
mereces todo ese sufrimiento, pues si hubieras actuado de una forma
distinta, si borraras del pasado los errores cometidos, las cosas
quizá hubieran resultado igual de trágicas.»
Recuerdo
esto a propósito de haber leído, hace unos días nomás, gran parte
de Aladino o vida y obra de José Santos Chocano, de Luis
Alberto Sánchez, un libro que, soy sincero, leí, más que por la
admiración al poeta o a su poesía, por puro morbo. Chocano ha sido
seguramente el escritor más odiado y querido de todos los que han
nacido en esta tierra. Su temperamento, sus poses, su egolatría
siempre me sedujeron. Ahora, que lo conozco más, pienso que su vida,
sobre todo su muerte, quizá sea la representación más fiel de la
existencia humana.
José Santos Chocano |
Pero
ocupémonos solamente de su final. Chocano murió de una manera
inesperada, absurda, ilógica. De repente, en el tranvía, un demente
le clava un puñal en el pecho y ¡zas!, se acabó todo. Si su vida
hubiera sido una película, de hecho, con ese fin, los espectadores
de telenovelas se hubieran ido turbados y descontentos, pero no los
lectores de buena literatura.
Nada
más lejos de la realidad que las telenovelas, grandes responsables
de que los fracasos humanos adquieran una magnitud que en realidad no
tienen. La vida es pues diferente. El «vivieron felices para
siempre» no existe; los finales también son desgraciados e
ilógicos. Habrá veces que no tendremos lo que merecemos, y otras,
mucho peor. ¡Esta es la verdadera vida!
Los
que han visto La rosa púrpura del Cairo, la genial película
de Woody Allen, podrán mirar en Tom Baxter a mucha gente.
Las
telenovelas, muchísimo más que las películas, han pasado a ser la
vida misma, y todos viven según sus reglas, bonitas, es verdad, pero
trágicas cuando se estrellan contra la realidad.
Volviendo
a Chocano y a su muerte, y ya que hemos hablado de cine, pues no
podemos dejar de mencionar la estupenda película No country for
old men (conocida en Hispanoamérica con el nombre de Sin
lugar para los débiles), ganadora de cuatro premios Óscar,
incluido el de mejor película, en el 2007. Un tipo encuentra un
maletín lleno de dinero, que pertenece a unos contrabandistas; lo
persiguen por ello, pero él, poniendo en serio riesgo su vida, se
rehúsa a devolverlo. Sus perseguidores, muchas veces a punto de
atraparlo, al final quedan rezagados y maltrechos, y abandonan la
empresa. Llewellyn Moss, el del maletín, el invencible, después de
tanto trabajo y sacrificio, de poner en juego su existencia y la de
los suyos, en la parte final de la película, parece haber vencido.
Sin embargo, de pronto, aparecen de la nada unos pandilleros que le
roban el maletín y lo matan. Así de fácil, así de tonto. Claro,
muchos dicen «¡qué final para más absurdo!» Pero, ¿acaso no es
así la vida?
José Manuel Coaguila
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