En
nuestra columna del 15 de agosto último hicimos mención, sin
ahondar en detalles, de las facultades premonitorias de Vallejo; sin
embargo, para que el lector se informe más sobre el asunto,
recomendamos, esa vez, la lectura de Mi encuentro con César
Vallejo, de Antenor Orrego. Esto viene al caso porque hace unos
días recibimos un e-mail de Roberto Cárdenas, un lector
nuestro, donde nos cuenta que justamente está realizando una
investigación sobre el tema —en general, de las proclividades
visionarias de los artistas— y que, no obstante su esfuerzo, le ha
sido imposible encontrar el libro de Orrego. Cárdenas nos pide que,
por favor, desarrollemos el tema en una columna.
Son
famosos esos versos en los que Vallejo vaticina su final (Me moriré
en París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo./ Me
moriré en París —y no me corro—/ tal vez un jueves, como es
hoy, de otoño.), tanto, que han pasado muchas veces a ser la versión
oficial de las circunstancias de su muerte. Orrego, amigo íntimo del
poeta, cuenta que cierta vez, durmiendo con César en la misma
habitación, despertó sobresaltado a los gritos angustiados de este.
«Cuando abrí los ojos en la penumbra —refiere Antenor—,
Vallejo estaba delante de mí, temblando como un azogado de la cabeza
a los pies:
— Acabo
de verme en París —me dijo— con gentes desconocidas y, a mi
lado, una mujer, también, desconocida. Mejor dicho, estaba muerto y
he visto mi cadáver. Nadie lloraba por mí.»
Vallejo,
según su propia confesión, tuvo esa visión, como muchas otras más,
en plena vigilia, o sea despierto.
Por
otra parte, seguramente estará enterado nuestro amigo Roberto de lo
que dice Aristóteles en su Poética con
respecto al asunto que nos ocupa: «el historiador y el poeta no
difieren por decir las cosas en verso o no […]; sino que difieren
en que uno dice lo que ha ocurrido y el otro lo que podría ocurrir.»
Este podría ser un buen punto de partida de su investigación, señor
Cárdenas. Además, le recomendaría la lectura de Psicología
y poesía, de Carl G. Jung, y el
pequeño ensayo Sobre la existencia del infierno,
de Ernesto Sabato.
Según
Sabato, el instinto premonitorio del artista, la visión profética,
suele caracterizarlo, si no siempre, al menos en momentos
excepcionales, y aquí concuerda con Jung, quien considera creaciones
visionarias algunas obras literarias, partes de obras literarias, la
totalidad de la producción de algunos autores y, por último, obras
no literarias. Veamos pues, por ejemplo, el increíble caso del
pintor Víctor Brauner, contado por el mismo Sabato: «En una fiesta
que se llevaba a cabo en un atelier de pintura, [Oscar] Domínguez,
borracho y enfurecido, arrojó un vaso contra uno de los asistentes;
pero al lograr éste esquivarlo, el vaso dio en la cara del pintor
Víctor Brauner, arrancándole el ojo. Lo asombroso es que Víctor
Brauner venía pintando una serie de rostros con ojos pinchados o
arrancados y, si mal no recuerdo, un autorretrato con una flecha
clavada en su ojo derecho, de la que colgaba la letra D.»
Increíble, pero cierto.
José Manuel Coaguila
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