El
poeta Emilio Ballagas, ya muy enfermo —según cuenta Roberto
Fernández Retamar en Recuerdo
a—, le dijo a su supersticiosa sirvienta jamaiquina que
después de muerto se le aparecería en forma de lagarto.
Increíblemente, cuando la sirvienta, muerto ya el vate, le contaba
esto a una amiga, vio de repente que un enorme lagarto la miraba
fijamente.
Julio
Ramón Ribeyro, como consta en su diario La
tentación del fracaso, soñó que tenía en la mano un
billete de lotería terminado en 11 y al cotejar la lista oficial vio
que estaba premiado con 40.000 nuevos francos. Al despertar, le
cuenta el sueño a Alida. «Ella compra un número de lotería
terminado en 11. Sale premiado...»
¿Casualidades?
Puede ser.
Esos
famosos versos en los que Vallejo vaticina su final (Me moriré en
París con aguacero,/ un día del cual tengo ya el recuerdo…),
según atestigua Antenor Orrego en Mi
encuentro con César Vallejo, describen una visión que el
poeta tuvo en plena vigilia, o sea despierto.
El
pintor Víctor Brauner, según refiere Ernesto Sabato en su ensayo
Sobre la existencia del infierno,
pintó un autorretrato con una flecha clavada en su ojo derecho, de
la que colgaba la letra D. Tiempo después, en un accidente
confuso, Brauner pierde el ojo a causa de un vaso lanzado por el
pintor Óscar Domínguez.
Federico
García Lorca tuvo una representación anticipada de su muerte, una
visión: vio un cordero que pastaba cerca de él, confiado y
tranquilo. «Súbitamente, una piara de puercos irrumpió en el
lugar. […] Los cerdos se abalanzaron sobre el corderito con las
fauces abiertas. Y en cuestión de segundos, sin apenas reparar en el
testigo que se aterrorizaba a su lado, lo despedazaron y lo
devoraron.» (Santiago Roncagliolo: El
amante uruguayo. Una historia real.)
El Macuto. |
Y
si sobre Hugo Chávez tenemos que decir algo, pues no nos saldremos
del tema. Si usted, curioso lector, busca en Internet la pintura El
Macuto, del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, podrá ver uno de
los tantos retratos del fallecido expresidente venezolano. Lo
sorprendente es que el cuadro fue pintado, según reseñas de sus
obras, en 1975, cuando Chávez, de unos 20 años de edad, era un
completo desconocido, incluso para el pintor. Además —y con esto
la historia se vuelve extremadamente desconcertante—, Guayasamín
profetizó que El Macuto destruiría el futuro del país, crearía
conflictos internacionales y que su final estaría rodeado de baños
de sangre (cosa que todavía puede pasar).
¿Casualidades?
No.
Los
verdaderos artistas tienen un instinto premonitorio. En sus estados
de ensimismamiento, de trance, pueden desdoblarse, y su conciencia,
la parte inmaterial de su ser, asciende hasta una atalaya colocada
fuera del tiempo físico, del mapa espacio-temporal, y desde allí
pueden ver todo de un solo vistazo, pasado, presente y futuro. «Daré
una burda comparación, pero que tiene el mérito de aclarar esta
idea. Si alguien sigue un sendero en la montaña puede saber que unos
cuantos pasos más allá, detrás de la loma, ha de encontrarse con
una fiera; pero alguien colocado en lo alto de la montaña puede ver
el panorama total simultáneamente, y lo que para el caminante es
futuro (la fiera) y por lo tanto incognoscible, para el espectador
privilegiado es puro presente. Vaticinar, para él, es simplemente
ver todo en presente.»
José Manuel Coaguila
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