jueves, 2 de mayo de 2013

Víctor Hurtado Oviedo


Las cosas siempre se miran mejor si nos asiste la distancia prudencial de los años; es decir, si miramos hacia atrás desde un podio en cuya base diga, por ejemplo, «50 años después». De aquí a unas décadas, seguramente nos sorprenderá, se me ocurre, saber que existió un tiempo en que viajábamos en combi, que hubo gente que se moría por falta de dinero y que tomábamos gaseosa. Los que todavía lean libros impresos se asombrarán de que en estos tiempos haya habido tantos; pero de lo más, del disimulado y casi desapercibido paso por esta vida de uno de los escritores más exquisitos de las letras peruanas: Víctor Hurtado Oviedo.

Este hombre, de más de 60 años de edad, ha dedicado muchos años de su vida al periodismo, y gracias a ello podemos hoy disfrutar de sus escritos, que en realidad son pocos, pero suficientes para mostrarnos el gran talento que posee. Hurtado solo ha publicado un libro (primero se llamó Pago de letras, luego creció más y pasó a denominarse Otras disquisiciones), que ni siquiera fue pensado como tal, pues contiene artículos y ensayos que escribió para medios escritos cada vez que tuvo que hacerlo, y digo «tuvo» porque a él no le gusta escribir. «Yo no escribo —me ha dicho—, a mí no me gusta escribir, detesto hacerlo, yo daría cualquier cosa para no escribir, pero, paradójicamente, muchos años yo he vivido de ello».

Hurtado Oviedo es un limeño que desde hace más de 20 años radica en Costa Rica; allí es uno de los editores del diario La Nación. De él se han dichos cosas como: «Víctor Hurtado Oviedo es el Ronaldinho Gaucho puesto en la Literatura», «Quien no admira a Víctor Hurtado es porque no lo conoce», «Joven lector: si tu ídolo actual en prosa no conoce a Víctor Hurtado Oviedo, entonces cambia de ídolo. Estás perdiendo el tiempo». Y todo esto se ajusta tanto a la realidad, que ya parece un corsé. Yo agregaría: Leer a Hurtado es como viajar en un carro nuevo recién comprado: ¡te sientes tan cómodo!

«De tener yo una poética —ha escrito don Víctor—, cabría en dos frases: ‘Ninguna línea sin figura, ninguna línea sin idea’. El ensueño de mis sueños es una prosa de aluminio: ligera y brillante». Esto es lo más exacto que yo he leído acerca de la prosa de Hurtado; lástima que haya sido él mismo quien lo haya dicho, y todavía en condicional y en forma desiderativa. En efecto, sus escritos son calidad concentrada, nada sobra, nada está de más; no hay frases huecas, vacías; es como sí ya antes él las hubiese eliminado. Sus figuras retóricas y su humor son insuperables. El domingo, cuando conversábamos, le dije: A mí me parece que sus artículos tienen más de literatura que de cualquier otra cosa; ¿por qué nunca ha escrito poesía, cuentos, novelas?; ¡se le haría tan fácil! Hurtado, como un niño a quien le compran el juguete que él no ha pedido, dijo: No es lo mío. Pero lo intentó, le replico. Sí, intenté escribir una novela, pero el computador me la borró dos veces; entonces me dije: ¡esta máquina debe tener un programa de crítica literaria!... y abandoné el proyecto.
 
Hay que leer a Hurtado. Su prosa hace con nuestra mente lo que los caramelos de menta con nuestra boca; su humor es tan fino, que todo lo que toca, lo corta como mantequilla; y hace tan buena magia con las palabras, que, después de leerlo, los demás escritores desaparecen. Hay que leer a Hurtado, repito, y darle dentro de las letras peruanas el lugar privilegiado que se merece. Que ya no sea una sorpresa descubrirlo, sobre todo mañana.
 
José Manuel Coaguila

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