lunes, 13 de mayo de 2013

La Verdad y la mujer


La Verdad se parece a la mujer: la mitificamos mucho. Los encantos de una dama pueden ser fatales; los de la Verdad también. La Verdad, como la mujer, nos tienta siempre: provoca decirla. La mujer, como la Verdad, es incomprensible y compleja. La Verdad, al igual que la Justicia y la Libertad, está representada por una mujer. Las dos protagonizan un mandamiento de la ley de Dios. La mujer, comparada con el varón, muy pocas veces da un paso atrás en sus decisiones; la Verdad, por su parte, comparada con la Mentira, va borrando el camino por donde pasa. Ambas, mujer y Verdad, se parecen mucho, pero pocas veces caminan de la mano.
 
Amar a una mujer es peligroso; prendarse y prenderse de la Verdad, ceñirse siempre a ella, también. A los hombres, sobre todo cuando niños, se les enseña una gran mentira: «Hay que decir siempre la verdad», como si se pudiera, como si en todo momento fuese necesario y bueno hacerlo. Si a alguien se le ocurriese ir por la vida diciendo siempre la verdad, sembraría dolor, tristeza y destrucción. Hay cosas que no se pueden ni se deben decir. La señora Mentira es pacífica; la Verdad es incendiaria. Graham Greene ha dicho una verdad que, valga la redundancia, duele: «La verdad jamás le ha valido de nada al ser humano. La búsqueda de la verdad es cosa de filósofos y matemáticos. En las relaciones humanas, la bondad y las mentiras valen lo que mil verdades juntas».
 
Dice la ley de Dios: «No darás falso testimonio ni mentirás». Esto es imposible y, más todavía, nocivo. Lo mismo sucede con el «Ama a tu prójimo como a ti mismo», prédica divina que ya analizó Freud en El malestar en la cultura. Es imposible no mentir, decía, porque, además, la verdad no solo es un discurso verbal. La boca no monopoliza las mentiras, estas son propiedad común de todas las partes del cuerpo. Milan Kundera ha escrito en su novela La insoportable levedad del ser: «…vivir en la verdad, no mentirse a uno mismo, ni mentir a los demás, sólo es posible en el supuesto de que vivamos sin público. En cuanto hay alguien que observe nuestra actuación, nos adaptamos, queriendo o sin querer, a los ojos que nos miran y ya nada de lo que hacemos es verdad.» Pero la mujer exagera, a veces se maquilla en exceso.
 
La mujer, como el varón, miente, y creo que nadie lo hace mejor; mas también dice verdades. Ya he expuesto que la Verdad y la mujer se parecen mucho y que, sin embargo, pocas veces caminan de la mano. Es cierto, no se ven muy seguido, pero cuando se encuentran son muy destructivas. Las mujeres son expertas en herir con las palabras; los hombres, con los puños. Una mujer le dice a su chico «ya no te quiero», y este, furioso, golpea con su puño la pared. Las heridas de la mano sanarán pronto, pero las del alma quizá nunca.
 
«Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo —ha escrito Ernesto Sabato—. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la dijimos creerá que esa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación.»
 
Las verdades en las relaciones humanas casi siempre son momentáneas, pero destructivas. Las mujeres y el amor también.
 
José Manuel Coaguila
 

1 comentario:

  1. Es es un articulo machista... no pasa nada. Los hombres son más mentirosos

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