La
Verdad se parece a la mujer: la mitificamos mucho. Los encantos de
una dama pueden ser fatales; los de la Verdad también. La Verdad,
como la mujer, nos tienta siempre: provoca decirla. La mujer, como la
Verdad, es incomprensible y compleja. La Verdad, al igual que la
Justicia y la Libertad, está representada por una mujer. Las dos
protagonizan un mandamiento de la ley de Dios. La mujer, comparada
con el varón, muy pocas veces da un paso atrás en sus decisiones;
la Verdad, por su parte, comparada con la Mentira, va borrando el
camino por donde pasa. Ambas, mujer y Verdad, se parecen mucho, pero
pocas veces caminan de la mano.
Amar
a una mujer es peligroso; prendarse y prenderse de la Verdad, ceñirse
siempre a ella, también. A los hombres, sobre todo cuando niños, se
les enseña una gran mentira: «Hay que decir siempre la verdad»,
como si se pudiera, como si en todo momento fuese necesario y bueno
hacerlo. Si a alguien se le ocurriese ir por la vida diciendo siempre
la verdad, sembraría dolor, tristeza y destrucción. Hay cosas que
no se pueden ni se deben decir. La señora Mentira es pacífica; la
Verdad es incendiaria. Graham Greene ha dicho una verdad que, valga
la redundancia, duele: «La verdad jamás le ha valido de nada al ser
humano. La búsqueda de la verdad es cosa de filósofos y
matemáticos. En las relaciones humanas, la bondad y las mentiras
valen lo que mil verdades juntas».
Dice
la ley de Dios: «No darás falso testimonio ni mentirás». Esto es
imposible y, más todavía, nocivo. Lo mismo sucede con el «Ama a tu
prójimo como a ti mismo», prédica divina que ya analizó Freud en
El malestar en la cultura. Es imposible no mentir, decía, porque,
además, la verdad no solo es un discurso verbal. La boca no
monopoliza las mentiras, estas son propiedad común de todas las
partes del cuerpo. Milan Kundera ha escrito en su novela La
insoportable levedad del ser: «…vivir en la verdad, no mentirse a
uno mismo, ni mentir a los demás, sólo es posible en el supuesto de
que vivamos sin público. En cuanto hay alguien que observe nuestra
actuación, nos adaptamos, queriendo o sin querer, a los ojos que nos
miran y ya nada de lo que hacemos es verdad.» Pero la mujer exagera,
a veces se maquilla en exceso.
La
mujer, como el varón, miente, y creo que nadie lo hace mejor; mas
también dice verdades. Ya he expuesto que la Verdad y la mujer se
parecen mucho y que, sin embargo, pocas veces caminan de la mano. Es
cierto, no se ven muy seguido, pero cuando se encuentran son muy
destructivas. Las mujeres son expertas en herir con las palabras; los
hombres, con los puños. Una mujer le dice a su chico «ya no te
quiero», y este, furioso, golpea con su puño la pared. Las heridas
de la mano sanarán pronto, pero las del alma quizá nunca.
«Se
puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo
—ha escrito Ernesto Sabato—. Y si cuando lo desestimamos
cometemos el error de decírselo, eso es una verdad momentánea, que
no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras
circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la dijimos creerá que
esa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se
hundirá en la desesperación.»
Las
verdades en las relaciones humanas casi siempre son momentáneas, pero destructivas. Las mujeres y el amor también.
José Manuel Coaguila
Es es un articulo machista... no pasa nada. Los hombres son más mentirosos
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