martes, 20 de marzo de 2012

"¡Tenía que llamarse Artagnan!"


No sabemos cómo llegaron al punto, pero lo cierto es que el taxista le confesó que era escritor; lo dijo como quien no quiere la cosa, pero lo dijo. El pasajero agudizó el oído. Todas las noches, después del trabajo, escribo o leo; es un vicio que no puedo dejar. Pero todavía no he publicado nada, dice. Cuenta, además, que ya van a ser 56 años desde que vino al mundo, pero que aún guarda la esperanza de publicar algún día un libro.
El pasajero piensa entonces en Sabato, en Monterroso, en Eco, en Saramago, algunos de sus escritores contemporáneos favoritos, quienes publicaron (ficción) muy entrados en años.

He tocado varias puertas, pero casi siempre me las cierran. Algunos, más «amables», no me las cierran, pero me dejan esperando siempre, que es lo mismo, dice el taxista.

El hombre que está a su lado quiere decirle que casi siempre es así; que no hay camino más difícil que el de un escritor; que, por ejemplo, a García Márquez un crítico español, luego de leer su novela La Hojarasca, le escribió recomendándole que se dedique a otra cosa. Que de Stendhal decían que era un payaso que jamás escribiría una obra maestra. O que alguna vez tildaron de adefesio y mamarracho un poema de Vallejo. Sin embargo no dice nada.

File:D'Artagnan Auch.jpg
Estatua de D'Artagnan, personaje de Los tres mosqueteros.


Es cierto. No hay camino más difícil que el del escritor, deberíamos decir, mejor, que el del artista. A Brahms, el genial Brahms, en su primer concierto para piano y orquesta, cuando él mismo tocaba el piano, lo silbaron y le arrojaron basura. Van Gogh vendió muchos cuadros pintados por él como material inservible, de reciclaje, para poder comprar lo necesario y seguir pintando, cuando hoy esos «trastos» valdrían millones. «Algunos hombres nacen póstumamente», escribió con razón Nietzsche.

¿Y qué escribe?, pregunta el pasajero. De todo un poco: poesía, cuentos, ensayos. Tengo una novela terminada. Mi casa está llena de manuscritos, concluye diciendo entre risas el taxista. Luego empieza a criticar, sobre la base de argumentos sólidos, la sociedad en la que vivimos; manifiesta una y otra vez su inconformidad con el estado de las cosas. Habla de política, de educación, incluso de él mismo. Al pasajero, entonces, se le viene a la mente algunas cosas que leyó acerca del poder de la ficción.
Los artistas siempre son seres inconformes, piensa. El arte, sobre todo la literatura, siempre está abriendo una brecha entre lo que somos y lo que quisiéramos ser. «Por su sola existencia, ella es una acusación terrible contra la existencia bajo cualquier régimen o ideología: un testimonio llameante de sus insuficiencias, de su ineptitud para colmarnos. Y, por lo tanto, un corrosivo permanente de todos los poderes, que quisieran tener a los hombres satisfechos y conformes.»

Estudié dos carreras, amigo, Literatura y Geología, en la UNSA; pero míreme, trabajo «taxeando». No me avergüenza, pero siento que esto no es para mí, y disculpe si es vanidad.

No, claro que no, dice el pasajero.

Tengo muchas deudas; mi casa un día de estos quizá me la embarguen. ¿Y a dónde voy a ir? Tengo un hijo pequeño, no quisiera que él pase por una situación así.
El viaje continúa. Taxista y pasajero entran en más confianza. Ahora hablan de cosas más felices: de libros, de escritores. Dumas, Victor Hugo, Cervantes, dice el primero; Sabato, Saramago, Calvino, el segundo.
El taxi disminuye la velocidad. Bien, amigo, llegamos a Correo —el carro se detiene—. ¿Y cuál es su nombre?, pregunta el taxista. José Manuel, José Manuel Coaguila, responde el pasajero. ¿Y el de usted?, devuelve la flor. Artagnan Atanacio, contesta.

¡Tenía que llamarse Artagnan!, dice para sus adentros el pasajero bajándose del taxi.


José Manuel Coaguila

1 comentario:

  1. cuanta razon tenia MVLL en decir que mediante la literatura podemos vivir la vida que nunca podremos vivir. que mejor terapia para el alma que la de escribir, como decia Galeano a todos los locos lindos expresemos lo que sentimos sin temor

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