jueves, 16 de agosto de 2012

Víctor Dávalos, el arequipeñismo hecho música*

Crónica de un encuentro


Una cuestión personal
Cree que también soy uno de ellos. Antes de despedirnos definitivamente, mientras vamos hacia la puerta que da a la calle, me lo da a entender. Quisiera explicarle que no es así, pero sería extenderme demasiado (él no escucha muy bien). Durante toda la entrevista he tratado de ser conciso —nada de ambages y añadidos—, pues había que hablarle fuerte, casi gritando, y así uno no puede preguntar a sus anchas, sino solo decir poco menos que lo necesario. Y ahora, en la despedida, no va a ser diferente.

Si la situación hubiera sido distinta, le hubiera aclarado, confesado sería el término preciso, que lo del aniversario de Arequipa fue solo un pretexto para conocerlo, que no quisiera que piense que soy uno más de esos periodistas que vienen a visitarlo solo por estas fechas, demostrando, con ello, que son más las circunstancias que la admiración por el cantante lo que los ha llevado a él. No, don Víctor Dávalos. No es así. Yo, que siempre he cantado Gitana, Fatalidad, Quisiera; que he admirado como nadie su portentosa y fina voz; que he bailado, a solas para no hacer el ridículo, La Benita, La traidora, Montonero arequipeño, En el campo hay una flor, No se puede, sí se puede; y, cómo no, querido más esta tierra escuchando Ciudad Blanca y El regreso, yo, decía, lo admiro verdaderamente.

El olvido y las canciones
No sé por qué, pero lo primero que le pregunté fue si todavía cantaba, o sea, me expliqué —rápidamente caí en la cuenta de que la pregunta estaba mal hecha—, si todavía hacía presentaciones, si aún daba conciertos, sobre todo en estas fechas. Hace ya dos o tres años que la municipalidad no me llama, prefieren contratar a grupos de rock, de salsa, a foráneos, hijito, me dice. Noto entonces que su voz está intacta, la reconozco, es la misma que he estado escuchando todos estos días, delgada pero maciza, elegante, melodiosa. Me digo a mí mismo, entonces, como si recién me estaría convenciendo de ello, que sí, que sí es él, Víctor Dávalos Salazar, la primera voz del dúo Los Dávalos. Hay un silencio. Soy yo quien tiene que hablar ¿no? Y qué me dice de la canción Ciudad Blanca, don Víctor, le digo, y salgo del embarazo. Entonces él empieza a cantarla (Oh linda Arequipa, la novia adorada, que bella y esbelta te veo al pasar con tu prometido, el Misti dormido…) —su voz es llorona, quebrada—; luego deja de cantar y se queda callado por un buen rato. Pienso que ya no va a decir nada más, que quizá haya creído que le pedí que cantara Ciudad Blanca. Empiezo a decir algo pero él me interrumpe: Esa canción la compuso Rafael Otero López, piurano él, muy amigo mío y de José [su hermano, con quien formó Los Dávalos]. Rafaelito, cuando compuso ese tema, no conocía Arequipa. Increíble, ¿no? Claro, yo lo guié un poco, pero el mérito es de él; era un gran compositor.

Víctor Dávalos Salazar, primera voz del dúo Los Dávalos.

¿Y Gitana?, pregunto. ¡Ah, Gitana!, una bonita canción, dice. Empiezo a cantar tontamente, fuerte, como para que me escuche bien: Gitana, tú que sabes de la suerte, quiero que me digas, cierta, si no volverá jamás; toma mi mano temblorosa y lee presurosa mi destino fatal… Me mira fijamente. Me sonrojo. Ahora solo tarareo la canción. Sus ojos, detrás de esos gruesísimos lentes, se ven inmensos, aunque no tanto como lo veo yo a él. Me callo. Gitana la compuso Héctor Torres, le decían «El diablo»; él fue el único compositor que vino desde Lima para el entierro de José… tomaba siempre sus traguitos; decía: «¡Yo voy a acabar con el trago porque el trago acabó con mi papá!»; me cuenta entre risas.

...El regreso lo grabamos en Los Ángeles, refiere. Una canción así tenía que haberse hecho fuera, pienso. ¿Y El montonero? Claro, cómo no, esa la grabamos con Óscar Avilés.

Los amigos de siempre
José, su hermano, la segunda voz y guitarra del dúo, fue su mejor amigo. Falleció hace casi diez años pero don Víctor habla de él como si estuviera vivo y, cuando no, como si solo hubiera muerto ayer, con alegría y con tristeza. José, me cuenta, cocina muy bien (así, en presente, y esto no es una simple equivocación, no, señores, es una forma de resistirse a la muerte, lo noto en sus ojos); cuando salíamos fuera del país y le preguntaban de qué país era —continúa—, él decía que era de Arequipa; fue el mejor hermano que pude tener; murió en Estado Unidos; sus hijos querían enterrarlo en Lima, pero mi hija María Antonieta y yo hicimos todo lo posible para traerlo y enterrarlo acá; es que él mismo me pidió que lo enterraran en su tierra; me hizo prometérselo.

José y Víctor Dávalos.
Lo noto triste, así es que le cambio el tema. Ahora me cuenta que grabó con Jesús Vásquez, su gran amiga, y que precisamente fue por ella que llegó a EE.UU. Todos los cantantes siempre toman su traguito antes de cantar, me dice a propósito de una pregunta que le hice; José respetaba religiosamente esa costumbre (vuelve a hablar de él), ríe; Jesús también hacía ello; tomaba su tanganazo, así le llamaba, una mezcla de gaseosa con ron; bueno, pues, sucede que un día la señora se olvida de traer su trago, y cuando salió a cantar le salieron cinco gallos, ¡a Jesús Vásquez, hijito, imagínate!; son supersticiones, yo no creo en eso, yo cantaba nomás...

...Augusto Polo Campos siempre fue mi amigo, hasta ahora; yo lo recuerdo con mucho cariño; hemos vivido muchas cosas juntos. Don Víctor, le digo, ¿alguna anécdota con él? Muchas, hijito, muchas. Una que recuerde, insisto. Ahora habla lentamente y en un tono más bajo, ni siquiera articula bien las palabras, como si lo que dijera no tendría ninguna importancia. Yo sé que ello es porque está pensando en otra cosa, que su mente busca en el escurridizo pasado algo que valga la pena contarse, por eso no lo interrumpo. Estábamos Augusto, Lucas Borja, segunda voz de los Romanceros Criollos, compositor de la canción Amorcito, otro más y yo caminando por La victoria, en Lima —comienza a contar—; entonces, Augusto pregunta si queríamos ir a comer; ¿tienes plata?, le digo; ¡claro pues!, ¡vamos, yo invito!, me contesta, y todos nos fuimos a un chifa; ese día comimos como ricos, como nunca; ya estábamos por terminar —se ríe— cuando en eso Lucas Borja y Augusto empiezan a discutir no sé de qué; la discusión se torna cada vez más violenta; yo traté de calmarlos, pero nada, seguían discutiendo; hasta que Augusto saca una pistola y apunta a la cabeza de Lucas; todos nos asustamos; los dueños, unos chinos, se acercaron a nuestra mesa y empezaron a gritar: «¡Pala, pala, pala! ¡No, no, no! ¡Aquí no! ¡Aquí no mata homble! ¡A la calle! ¡Afuela! ¡Fuela, fuela, fuela…!»; nos echaron a empujones; y a una cuadra de distancia, Augusto, pícaro él, nos dice: «Ya ven, comimos gratis». Hace mucho que no me reía así; Víctor también ríe.

Recuerda también con mucho cariño a Paco y Genaro, Los Kipus. Me cuenta una anécdota de Maritza Rodríguez, pero prefiero guardármela para mí solo.

Tristezas y alegrías
Ha estado buenos años en Estado Unidos, casi la mitad de su carrera. Por qué se fue, don Víctor, le pregunto. Porque me convenía económicamente, hijito; allá ganaba más; nos presentábamos en todo sitio, hasta en universidades. Trata de mostrarse conforme, pero después me confiesa que fue un gran error irse, que nunca debió alejarse de su familia. Se pone triste.

...Todos mis hijos cantan, mis nietos también —me dice—, eso me hace muy feliz; estoy bien de salud, el Estado me pasa una pensión, tengo a Dios en mi corazón, qué más puedo pedir; estoy muy agradecido con todos; ¿que cómo quisiera que me recuerden?; «que me recuerden como lo que soy, una persona que le cantó a su tierra, un feliz esposo, un feliz padre; feliz de haber nacido en esta tierra, Arequipa, que me gusta, que amo profundamente».

En mi mente empieza a sonar El regreso: …Cuando yo muera que me entierren en tu suelo, y algún día bajo el cielo unas flores crecerán, será mi alma asomándose a la vida desde mi tierra querida para ver a mi volcán


José Manuel Coaguila


* Crónica publicada en revista de diario Correo AQP (edición especial por el 472 aniversario de Arequipa), 15/08/2012.

4 comentarios:

  1. Muuuyyyy buena nota... Saludos José

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  2. Lindo reportaje, y pienso que si yo hubiese sido hija de JOSÉ DÁVALOS también hubiese querido que los restos de mi padre estuviesen en Lima para poder llevarle flores todas las veces que quisiera. Aprecio más aún ahora a la familia de Don José a su esposa e hijos por ese gran noble desprendimiento con el que demostraron respetar la voluntad de su ser tan querido y haber permitido que sus restos descansen en nuestra blanca ciudad. FAMILIA DÁVALOS GRACIAS POR PERMITIR QUE DON JOSÉ ESTÉ CON NOSOTROS, LO QUEREMOS Y SIEMPRE ORAREMOS POR EL...Y AHORA ESCUCHARÉ UN VALS DE LOS DÁVALOS Y ME TOMARÉ UN TANGANAZO! VIVA JO´SE SIEMPRE! VIVAN LOS DÁVALOS!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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  3. es un lindo y justo homenaje a un gran duo , que dio muchas alegrias no solo a Arequipa si no a la gente que sabe apreciar la buena música pero sobre todo la calidad interpretativa con que nos delito por mucho tiempo,,, por siempre LOS DAVALOS

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  4. Cada vez que escucho a los Dávalos, siento una nostalgia y los ojos se me se tornan aguados. No sé que mueve esta expresión de sentimiento. Hoy que radico en Panamá, sigo escuchando sus canciones con nostalgia. La voz de Don Víctor es inigualable, incomparable; quizás ese tono es el que me hace tan labil.
    Nunca tuve el honor ni el privilegio de verlos personalmente, pero gracias a mi padre que me transmitió ese gusto por las canciones de los Dávalos, quizás porque mi padre era de Camaná, aprendí también a querer a Arequipa.
    Que Dios tenga en su Gloria a don José y que en este plano terrenal perviva por siempre su recuerdo. Que don Víctor nos acompañé todos los años que Dios le confiada, para alegría de quienes lo admiramos.

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