sábado, 6 de agosto de 2011

El olor de la guayaba

Terminamos de leer El olor de la guayaba ―inequívocamente, una de las más abracadabrantes y completas entrevistas hechas a un escritor― y (al menos) son tres las cosas que nos quedan dando vueltas alrededor de la cabeza: lo mucho que le costó a García Márquez ser el escritor que ahora es, su asombrosa forma de vivir la literatura y las increíbles supersticiones que rigen su vida.

Nada le fue fácil a Gabriel. Hubo veces que, a falta de dinero para pagar el cuarto donde se hospedaba, tuvo que dejar en consignación los originales de su primera novela. O cuando mandó La Hojarasca a Editorial Losada y se la devolvieron con una carta del crítico español Guillermo de Torre en la que le aconsejaban dedicarse a otra cosa. También la vez que Rojas Pinilla, el dictador que por ese entonces gobernaba Colombia, cerró El Espectador, diario del cual Gabriel era corresponsal en París, y el futuro Nobel, solo y sin un centavo en el bolsillo, mendigó una moneda en el metro.

Pero las cosas ―siguiendo con la lectura del libro― empezaron a cambiar de color poco a poco, sobre todo desde la aparición de Cien años de soledad, novela que marcó un antes y un después en su vida. El libro se agotó a los pocos días de su publicación, se tradujo rápidamente a otros idiomas y la crítica lo elogiaba entusiasmada. La novela, como la mayoría de sus libros, estuvo madurando muchos años en su cabeza: 18. Originalmente se iba a llamar La Casa, pues toda la historia debía transcurrir dentro de la casa de los Buendía, sin embargo el proyecto abortó; sus cortos dieciocho años de edad no le conferían «el aliento ni los recursos técnicos para escribir una obra así». Tuvo que esperar 15 años más.



El realismo mágico de García Márquez es sólo una extensión de su vida. La necesidad de tener flores amarillas en su escritorio para que nada malo pueda pasarle; su terror al frac, pues según él trae la mala suerte (no lo usó cuando recibió el premio Nobel); el no emplear palabras como nivel, parámetro, contexto o simbiosis porque está seguro que tienen efectos maléficos, etc., refuerzan más esta idea.

José Manuel Coaguila

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