martes, 2 de agosto de 2011

Santo remedio

Lo que más nos gustaría escuchar o leer de nuestros escritores favoritos ―como se lo dijeron alguna vez al escritor Augusto Monterroso― no es una disertación académica probablemente abstrusa, sino algo sobre ellos; en calidad de escritores, tal vez; pero también como individuos. Y Vargas Llosa, en ese sentido, nos pone muchas veces el dulce en la boca.

Definitivamente, Diccionario del amante de América Latina es uno de esos libros que no se quieren terminar de leer nunca. Y es que en él ―entre tantos otros temas― desfilan, incluido el Nobel peruano, en una ceremonia parecida al strip-tease, los más grandes escritores latinoamericanos.


En la palabra «avión», artículo escrito en 1999, cuenta Vargas Llosa cómo superó, o mejor dicho, controló su miedo a volar en avión. No le bastó que una amiga azafata le explicara, tratando de calmarlo, que, según las estadísticas, «viajar en avión es infinitamente más seguro que hacerlo por auto, barco, ferrocarril e, incluso, bicicleta o patines». Probó con el whisky, que, conforme le dijeron, atenuaría su miedo a volar, envalentonándolo; también con la dieta (le habían recomendado, para conquistar la serenidad aérea, abstenerse de comer y beber licor durante el viaje) y las pastillas para dormir, pero nada de nada, seguía siendo, al igual que García Márquez, Donoso y Fuentes, uno de los tantos Baracus de la literatura.

Hasta que un día, resignado a seguir sufriendo en cada vuelo, descubrió los poderes «antiaerofóbicos» de la buena literatura. Compró antes de volar un ejemplar de El reino de este mundo, novela que en ese entonces no había leído, de Alejo Carpentier, y santo remedio. La lectura lo absorbió tanto que se olvidó de todo, incluso de que volaba a diez mil metros de altura. Desde entonces, cada vez que se sube a un avión lleva consigo una obra corta y de hechicería tan eficaz que siempre, aunque la vuelva a leer, disipa su miedo a volar, enajenándolo por completo. Benito Cereno, de Melville; Otra vuelta de tuerca, de James; El perseguidor, de Cortázar; Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Setevenson; El viejo y el mar, de Hemingway; The Monkey, de Dinesen; Pedro Páramo, de Rulfo; Obras completas y otros cuentos, de Monterroso; El oso, de Faulkner, y Orlando, de Virginia Wolf, son algunas de ellas.

José Manuel Coaguila

No hay comentarios:

Publicar un comentario