lunes, 8 de agosto de 2011

Yo lincho, tú linchas, él lincha


En 1780, en Virginia, un hombre llamado Charles Lynch (juez y militar que luchó a favor de la causa independentista) organizó y encabezó una irregular corte para castigar a un grupo de supuestos partidarios británicos en la guerra de la independencia de los Estados Unidos. Lynch, luego de que un juzgado los declarara inocentes, sin dar lugar a otro juicio y rechazando el primer fallo, ordenó la ejecución de los inculpados, y con este acto, más que con cualquier otro, inmortalizó su nombre. Su apellido dio origen a la palabra «linchamiento», usanza que, ahora más que nunca, por el grado de civilización y desarrollo alcanzado, debe ser desterrada de la praxis humana no sólo por el bienestar de los ciudadanos ajenos a tal hecho, sino incluso de quienes lo justifican.
No siempre los linchamientos se dan, espontáneamente, por la conmoción que ha podido producir en la sociedad un delito concreto, los hay también planificados con antelación y provocados, entre otros, por motivos políticos y étnicos, como veremos más adelante. Pero ante la variedad de razones y consecuencias mediatas e inmediatas, entre estas últimas, por ejemplo, la posible muerte del linchado, se alza un «proceso» sujeto a determinados patrones de conducta que hacen de él, a diferencia de las causas y los efectos, uno solo, con características y fenómenos específicos. Es hacia allí adonde apunta el grueso de nuestro análisis.
Linchar es ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo (DRAE[i]). Este concepto nos abre tres puertas de análisis: la primera nos conduce a la acción fuera de la Ley; la segunda, al descontrol de la masa; y la tercera, a la sospecha como causa suficiente.


1. La acción fuera de la Ley
En nuestro país la democracia todavía está en ciernes, y ello hace que no se disimulen bien sus debilidades innatas, pues si bien la democracia es la doctrina política más aceptable, no por ello es perfecta. Al parecer, promocionarla tanto, en un contexto donde las libertades humanas han cobrado más fuerzas que nunca, ha alimentado la exaltación del «yo» a tal extremo que cada quien se siente con el derecho y la libertad de hacer lo que le plazca o, en todo caso, lo que cree que es correcto, escudándose en esa especie de caballito de batalla llamada «pueblo». Es aquí donde la Ley tiene que robustecerse más que nunca, pues entre más libertades se le dé al ser humano mayor tiene que ser el aparato que las contenga. «Todo lo que da algún valor a nuestra existencia, depende de la restricción impuesta a las acciones de los demás» (Mill, 1984:32). 
Lo que pasa con la democracia es que da la ilusión de que es el pueblo quien se gobierna a sí mismo, cuando en realidad «el pueblo que ejerce el poder no es siempre el mismo pueblo sobre el que es ejercido» (p. 30). No es, pues, el pueblo el que gobierna, sino sólo una parte de él. En democracia, «la voluntad del pueblo significa, prácticamente, la voluntad de la porción más numerosa o más activa del pueblo; de la mayoría o de aquellos que logran hacerse aceptar como tal» (p. 30). Esta flaqueza democrática da lugar a sucesos como los ocurridos el 26 de abril de 2004 en Ilave-Puno[ii]. Aquello, lejos de ser siquiera un juzgamiento basado en erradas conjeturas, fue un arreglo de cuentas político-chauvinista. Es un mito eso de que la democracia es el gobierno de todos, debería serlo, pero es imposible.
La mayoría de personas en el altiplano puneño confían más en sus manos que en el Poder Judicial (entre el 2008 y el 2009 en la región Puno se han producido casi 50 linchamientos[iii]; y de enero a mayo de 2010, 28 casos más[iv], hablando sólo de los registrados oficialmente). Capturan a un sospechoso de robo y lo queman vivo[v], basta que alguien lo haya confundido con el verdadero malhechor para que inmediatamente la irracionalidad vestida de «justicia popular» caiga sobre el acusado. No se dan cuenta que las prácticas delincuenciales que abominan están muy por debajo de aquellas que ellos mismos, en nombre de la Justicia, imparten. Castigan el robo convirtiéndose en asesinos, y la cura, por la gravedad de los hechos, resulta más cara que la enfermedad. «Podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que ninguna empresa humana ha producido más víctimas que la que consiste en quererles imponer el bien a los demás» (Todorov, 2007:273). Aun suponiendo la sinceridad de las personas actuantes ―continúa Todorov―, y admitiendo la superioridad real de su causa, por lo común el resultado de su lucha no es el de imponer esa causa, sino el de anularla. No se puede tratar de imponer el bien matando personas, menos aún al margen de la Ley.


2. El descontrol de la masa
La «justicia popular» está hecha de manifestaciones inconscientes de agresividad. La vida en común, en sociedad, no se concibe como necesaria para el hombre. Las grandes corrientes europeas del pensamiento filosófico relacionadas con la definición de lo que es humano terminan adoptando, implícitamente a veces, una definición solitaria, no social del hombre. «Si no estuviera sujeto a las poderosas prohibiciones de la sociedad y de la moral, el hombre, ser esencialmente solitario, viviría en guerra perpetua con sus semejantes, en una persecución perpetua por el poder» (1995:19). Así, lo que tendríamos sería un ser escindido, por un lado gobernado por su naturaleza innata y, por el otro, por el código de las normas éticas, cuyo resultado es la vida en sociedad. Es desde el primer ángulo que se gesta una «masa psicológica» capaz de acciones tan execrables como las aquí analizadas.
Linchar implica el accionar de una masa, es decir, de una muchedumbre o conjunto numeroso de personas (DRAE). Entendiendo cómo y bajo qué circunstancias actúan las masas podremos comprender mejor sus productos, entre ellos los linchamientos. Ahora bien, es necesario establecer una distinción entre dos clases de «masas». Unas «de existencia pasajera, constituidas rápidamente por la asociación de individuos movidos por un interés común, pero muy diferentes unos de otros» (Freud, 1986:22), y otras estables, permanentes, en las cuales pasan los hombres toda su vida y que toman cuerpo en las instituciones sociales.
En una multitud humana que ha adquirido el carácter de «masa psicológica», los individuos que la integran piensan, sienten y obran de un modo completamente distinto a como lo hubieran hecho aisladamente. Existen ciertas ideas y sentimientos que no surgen ni se transforman en actos, sino en individuos convertidos en multitud, pues quienes forman una masa integran un nuevo ser con características muy diferentes a la que cada uno de ellos tienen, manifestando mediante él lo que no hubieran podido exteriorizar individualmente. Y es que el individuo masificado, por el número de personas que integran su grupo, adquiere un sentimiento de poder ilimitado, cediendo a los impulsos que antes, como individuo aislado, hubiera frenado forzosamente; escudándose, además, en el anonimato de la multitud, lo cual lo libra del sentimiento de responsabilidad, poderoso freno de sus impulsos. Lo aparentemente nuevo en el comportamiento de los individuos que forman una masa no es más que la exteriorización de lo inconsciente individual, «sistema en el que se halla contenido en germen todo lo malo existente en el alma humana». (p. 14).


3. La sospecha como causa suficiente
¿Cómo es posible que la suspicacia de uno se convierta en la verdad de muchos? Una característica de las multitudes es que está inclinada a los excesos. «Las multitudes llegan rápido a lo extremo. La sospecha enunciada se transforma ipso facto en indiscutible evidencia. Un principio de antipatía pasa a constituir en segundos un odio feroz» (p. 17).
El proceder de las muchedumbres está determinado por el actuar un primer individuo, el mismo que actúa como la pequeña e insignificante mecha que hará detonar el gigantesco explosivo lleno de todo lo que algunas veces quisimos hacer, pero que, por el código de normas éticas, que son las que nos permiten adaptarnos al mundo y a la vida social, obligadamente tuvimos que reprimir. La influencia de unos sobre otros está basada en un principio de la psicología de las masas conocido como «contagio mental», el que provoca, en el caso de los linchamientos, una reacción en cadena irracional y sujeta a los instintos más perversos del hombre. «Dentro de una multitud, todo sentimiento y todo acto son contagiosos» (p. 14), algo así como la risa: escuchar reír a otros provoca más carcajadas que las que hubiera provocado por sí mismo el chiste o la gracia. Cuanto mayor sea el número de personas que integran una masa, mayor efecto tendrá un estado afectivo, pues un individuo, al formar parte de la misma excitación de aquellos que han influido inicialmente en él, acrecienta el de los demás y, por inducción recíproca, la carga afectiva masificada se robustece exponencialmente hasta develar, en el caso específico de los linchamientos, el lado más oscuro de la naturaleza humana. 

4. Consideraciones finales
En las masas, al igual que en el inconsciente, las ideas más opuestas pueden existir sin anularse unas a otras; esto explica el hecho de que la «justicia popular», contraproducentemente, sea, en el fondo, una apología de las iniquidades. La indiferencia a sucesos como los aquí vistos alberga cierta anuencia cómplice, cuando el rechazo a las connivencias, más dañinas incluso que las mismas sediciones, debe ser a ultranza. La Ley tiene que imponerse con dureza y actuar como un mecanismo de represión a las pulsiones inconscientes de los seres humanos, algo así como un Superyó, si queremos que el verbo «linchar» no se siga conjugando.


José Manuel Coaguila



BIBLIOGRAFÍA
FREUD, Sigmund, (1986) Psicología de las masas, Alianza Editorial, Madrid.
MILL, Jhon Stuart, (1984) Sobre la libertad, Sarpe, Madrid.
REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, (2005) Diccionario de la lengua española, Q.W. Editores, Lima (22ª.).
TODOROV, Tzvetan, (1995) La vida en común, Taurus, Madrid.
TODOROV, Tzvetan, (2007) Nosotros y los otros, Siglo XXI Editores, México.


(escrito en junio de 2010)


[i] Diccionario de la Real Academia Española.
[ii] La tarde del 26 de abril de 2004 una turba de ilaveños linchó y asesinó a su entonces alcalde Cirilo Robles, a quien acusaban de malversación de fondos. Ante la negativa del burgomaestre de renunciar al cargo, lo apedrearon, lo golpearon y terminaron acuchillándolo. La población, azuzada por enemigos políticos del alcalde, lo acusó de corrupto, sin embargo la Contraloría lo investigó y no encontró que hubiera cometido delito alguno. Las elecciones municipales del 2006 dieron como ganador en Ilave-El Collao a Fortunato Calli, comentándose por ahí que al fin ganó un verdadero aymara.
[iii] Fernández, Liubomir, Justicia a lo bestia, en diario La República, Lima, 20 de septiembre de 2009, p. 14.
[iv] Pareja Castro, Oscar, Puno: Tierra de la “justicia popular”, en diario Correo, Puno, 3 de junio de 2010, pp. 12-13.
[v] El sábado 5 de septiembre de 2009 lincharon y quemaron vivo a Jack Briceño, hijo de un fiscal. Lo confundieron con un ladrón y lo mataron sin piedad. Jack estaba de vacaciones en Juliaca; había llegado de Rusia, donde estudiaba medicina.

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