miércoles, 13 de febrero de 2013

Educación humana


«Así es la escuela.
Lo más importante que aprendemos en ella
es que las cosas más importantes
no se pueden aprender allí.»

Haruki Murakami,
DE QUÉ HABLO CUANDO
HABLO DE CORRER


A pocos días de iniciarse el año escolar, los profesores se afanan en elaborar un rosario de herramientas (documentos) que tendrán que aplicar, sin haber conocido antes a sus alumnos, como el arquitecto que elabora un plano sin haber estudiado previamente el terreno sobre el cual construirá; mientras, seguramente, muchos estudiantes aprenden cosas más necesarias e interesantes que las que aprenderán durante casi un año. Unos miran con tristeza cómo sus últimos días de vacaciones ―de libertad― pasan más rápido, mientras otros alistan la maquinaria de conocimientos que los engullirá, amoldándolos y masificándolos como meros productos de fábrica.

¿La escuela no sirve de mucho? Nunca hemos oído a alguien decir, sobre todo a los grandes genios, que la escuela les ha servido de mucho, que sus cualidades científicas o artísticas han sido estimuladas y fortalecidas en ella. Citemos nomás los últimos libros que hemos leído: «Como medio de educación, la escuela fue para mí sencillamente nula», escribió Charles Darwin en su Autobiografía. «En mí la escuela ha destrozado muchas cosas», protestó Hermann Hesse. «Mucho de lo que debería habérseme enseñado en mi minoridad ―nos dice Bernard Shaw― tuve que aprenderlo yo solo más tarde.» Y podríamos llenar este espacio con más citas.

Hay tres cosas que deben de tenerse en cuenta: 1) la escuela no debe ser una cárcel; la libertad, la iniciativa de los alumnos, debe de estar por encima de todas las cosas; 2) todos los estudiantes son únicos, aprenden de diferente manera, a un ritmo propio, y los profesores deben ser «capaces de observar al alumno, de estudiarlo, para explicarle la materia con sus propias palabras, adecuando su explicación a la capacidad y las inclinaciones de ese alumno»; y 3) más que darles conocimientos, hay que prepararlos para la vida.

Educación para la vida. En verdad, la mayor parte de las cosas que nos enseñan en la escuela las olvidamos por completo. Alguien nos dijo hace un buen tiempo: «Yo he sido un buen alumno en el colegio, por ello sé leer y escribir muy bien, divido y multiplico a la perfección, y conozco a grandes rasgos la historia de la humanidad. Pero no creo que se necesiten tantos años de estudio para que al final, si has sido un buen estudiante, te quede solo eso.»

Hay muchas cosas importantes que se dejan de lado en la escuela cuando el fin es la transmisión de la mayor cantidad de conocimientos en el menor tiempo posible. Si el propósito fuera, más bien, producir un gran ciudadano y un civilizador, se tendría más en cuenta temas como el racismo, las religiones, las emociones, el estatus de la mujer a lo largo de la historia, los grandes descubrimientos científicos, la prostitución, la televisión, el Internet, el medioambiente.

«Es urgente encarar una educación diferente —escribe Ernesto Sabato—, enseñar que vivimos en una tierra que debemos cuidar, que dependemos del agua, del aire, de los árboles, de los pájaros y de todos los seres vivientes, y que cualquier daño que hagamos a este universo grandioso perjudicará la vida futura y puede llegar a destruirla.»
 
 
José Manuel Coaguila

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