«Así
es la escuela.
Lo
más importante que aprendemos en ella
es
que las cosas más importantes
no
se pueden aprender allí.»
Haruki
Murakami,
DE
QUÉ HABLO CUANDO
HABLO
DE CORRER
A
pocos días de iniciarse el año escolar, los profesores se afanan en
elaborar un rosario de herramientas (documentos) que tendrán que
aplicar, sin haber conocido antes a sus alumnos, como el arquitecto
que elabora un plano sin haber estudiado previamente el terreno sobre
el cual construirá; mientras, seguramente, muchos estudiantes
aprenden cosas más necesarias e interesantes que las que aprenderán
durante casi un año. Unos miran con tristeza cómo sus últimos días
de vacaciones ―de libertad― pasan más rápido, mientras otros
alistan la maquinaria de conocimientos que los engullirá,
amoldándolos y masificándolos como meros productos de fábrica.
¿La
escuela no sirve de mucho? Nunca hemos oído a alguien decir,
sobre todo a los grandes genios, que la escuela les ha servido de
mucho, que sus cualidades científicas o artísticas han sido
estimuladas y fortalecidas en ella. Citemos nomás los últimos
libros que hemos leído: «Como medio de educación, la escuela fue
para mí sencillamente nula», escribió Charles Darwin en su
Autobiografía. «En mí la escuela ha destrozado muchas
cosas», protestó Hermann Hesse. «Mucho de lo que debería
habérseme enseñado en mi minoridad ―nos dice Bernard Shaw―
tuve que aprenderlo yo solo más tarde.» Y podríamos llenar este
espacio con más citas.
Hay
tres cosas que deben de tenerse en cuenta: 1) la escuela no debe ser
una cárcel; la libertad, la iniciativa de los alumnos, debe de estar
por encima de todas las cosas; 2) todos los estudiantes son únicos,
aprenden de diferente manera, a un ritmo propio, y los profesores
deben ser «capaces de observar al alumno, de estudiarlo, para
explicarle la materia con sus propias palabras, adecuando su
explicación a la capacidad y las inclinaciones de ese alumno»; y 3)
más que darles conocimientos, hay que prepararlos para la vida.
Educación
para la vida. En verdad, la mayor parte de las cosas que nos
enseñan en la escuela las olvidamos por completo. Alguien nos dijo
hace un buen tiempo: «Yo he sido un buen alumno en el colegio, por
ello sé leer y escribir muy bien, divido y multiplico a la
perfección, y conozco a grandes rasgos la historia de la humanidad.
Pero no creo que se necesiten tantos años de estudio para que al
final, si has sido un buen estudiante, te quede solo eso.»
Hay
muchas cosas importantes que se dejan de lado en la escuela cuando el
fin es la transmisión de la mayor cantidad de conocimientos en el
menor tiempo posible. Si el propósito fuera, más bien, producir un
gran ciudadano y un civilizador, se tendría más en cuenta temas
como el racismo, las religiones, las emociones, el estatus de la
mujer a lo largo de la historia, los grandes descubrimientos
científicos, la prostitución, la televisión, el Internet, el
medioambiente.
«Es
urgente encarar una educación diferente —escribe Ernesto
Sabato—, enseñar que vivimos en una tierra que debemos cuidar,
que dependemos del agua, del aire, de los árboles, de los pájaros y
de todos los seres vivientes, y que cualquier daño que hagamos a
este universo grandioso perjudicará la vida futura y puede llegar a
destruirla.»
José Manuel Coaguila
No hay comentarios:
Publicar un comentario