miércoles, 13 de febrero de 2013

Genios a pesar de la escuela


Esta semana leí la biografía de Thomas Alva Edison escrita por Ronald W. Clark. Quise leerla desde que me enteré, de oídas, que a Edison, acaso el más grande inventor de todos los tiempos —a él le debemos la electricidad, el teléfono, el cine, el fonógrafo—, lo expulsaron de la escuela por considerarlo un niño subnormal.


Clark no habla de expulsión —la gente siempre exagera—, pero sí de lo que resta de la historia: Thomas, «después de tres meses de asistir a la escuela, regresó a su casa bañado en lágrimas informando que el maestro lo había calificado de alumno ‘estéril e improductivo’.» ¡Por el amor de Dios! ¡Calificar con esos términos a alguien que llegaría a patentar más de mil inventos! Esta, qué duda cabe, debe ser una de las más grandes paradojas de la ciencia y la tecnología.

Según opinión de Clark —y yo estoy de acuerdo con él—, la historia ha convertido casos como el de Edison en una señal casi segura de genio, pues, por ejemplo, «tanto Leonardo da Vinci como Hans Andersen y Niels Bohr fueron señalados en su juventud como casos de desarrollo retrasado; a Newton lo consideraban rematadamente tonto; el maestro de Sir Humphry Davi comentaba: ‘Mientras estuvo conmigo, no logré percibir las facultades por las que después se le distinguió tanto’; y el maestro de Einstein advirtió que ‘el chico jamás será un éxito en ningún aspecto.’»

A propósito del autor de la teoría de la relatividad, dice Ernesto García Camarero: «Einstein no fue un niño prodigio. Tardó tanto en aprender a hablar que sus padres temieron que fuese un chico subnormal.» Y más adelante agrega: «…se graduó en la escuela primaria […] sin haber dado pruebas de un talento especial para las enseñanzas que se impartían. Como escolar no podía ser más mediocre.»

Con respecto a todo esto, se me viene a la mente dos nombres más: Charles Darwin y Gabriela Mistral. Del primero dicen Huxley y Kettlewell en la biografía que escribieron sobre él: «…hasta los ocho años la educación de Charles estuvo en manos de su hermana Caroline, que le sobrepasaba nueve años. Según ella, el alumno era un poco torpe.» Darwin parece corroborar ello cuando confiesa en su Autobiografía que era lento en su aprendizaje y que cuando llegó a la escuela «debía ser un niño muy simplón».

A Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura en 1945, la echaron de la escuela por considerarla retardada. Cuenta Ciro Alegría que la maestra «llamó un día a la madre y le dijo que se llevara a la pequeña, pues poco o nada podía hacerse con ella, por tratarse de una retrasada mental.»

Seguramente hay muchos casos más. Lo cierto es que la escuela nunca ha sido el acicate de los genios. Y esto es el mal menor. Lo peor ya lo hemos visto líneas arriba.
 
 
 
José Manuel Coaguila

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