miércoles, 13 de febrero de 2013

En-amor-miento


1884 fue un año muy bueno para la farmacología: se descubrió las propiedades anestésicas de la cocaína. Pero no lo fue para el padre del psicoanálisis. Freud, que venía investigando las bondades de esta droga, sobre todo en carne propia, y con qué gusto, perdió, según dice en su Autobiografía, «una ocasión de adquirir fama ya en aquellos años juveniles»; y todo por amor.
 
Cuenta Freud que se hallaba entregado al estudio de los beneficios de la cocaína cuando se le presentó la ocasión de hacer un viaje para visitar a su novia, con la que después se casaría y a quien no veía dos años. Sigmund ya no era un adolescente (tendría alrededor de 28 años), pero estaba locamente enamorado, así es que hizo una locura de amor: dejó todo y se marchó al encuentro con Afrodita.
 
En julio de 1884 apareció en una revista médica un artículo de 25 páginas donde Freud daba cuenta de sus experimentos con la cocaína, sobre todo de cómo dicha sustancia lo mantenía con un ánimo increíble; además sugirió algunas otras aplicaciones, basadas en sus propiedades anestésicas, pero así nomás, someramente, sin profundizar en el asunto, pues cuando lo escribió, según su versión, el tiempo apremiaba: el día del viaje de visita a su amada estaba a la vuelta de la esquina.
 
«Un par de meses después de la publicación del artículo de Freud —nos dice Han Israëls— se descubrió que la cocaína, echada gota a gota en el ojo, producía anestesia local en su superficie. Este fue un descubrimiento importante: hasta entonces no existía ningún anestésico local para el ojo y ahora, de pronto, se hacían mucho más sencillas las operaciones oculares, antes extremadamente difíciles y dolorosas.»
 
Quien le robó la ansiada gloria a Sigmund, a la sazón un desconocido —el psicoanálisis todavía erraba por el mundo de las ideas, pues Freud, el padre, aún era casto—, fue su colega Carl Koller. Pero no había por qué preocuparse, la fama llegaría, y con sobredosis.
 
Muchos escritores —Sabato, Calvino— han ensalzado el estilo de Freud. No recuerdo quién dijo que si se hubiera dedicado a escribir novelas, habría producido muchos best seller. Salvando las diferencias con los que tales cosas opinan, yo también creo lo mismo. Freud escribe muy bien. Además fue un gran conocedor de la literatura. El problema es que no se daba cuenta —o quizá sí y le pareció bien— cuando la ficción se vengaba de sus infidelidades.
 
Varios autores han criticado a «Sigi» por haber falseado los resultados de sus investigaciones. Ahora mismo tengo a mi lado El caso Freud. Histeria y cocaína, de Han Israëls, un libro que vino a confirmar lo que ya se decía: «muchos de los estudios de Freud produjeron resultados contrarios a los que él describía en sus reportes y que, incluso, muchos de los traumas supuestamente padecidos por sus pacientes no eran más que inducciones suyas».

Pero eso no es lo que me interesa. Sigmund también mintió con la historia de su viaje de amor, ¡y yo que pensaba emularlo y dejar este artículo a medias para ir a visitar a mi chica en el Día de San Valentín! «No hacía dos años, sino uno que Freud no veía a su prometida. La oportunidad que tuvo Freud de visitar a su prometida no se había presentado de manera inesperada: esta visita se había planeado con bastante antelación. Tampoco es exacto que Freud concluyera de manera precipitada su investigación sobre la cocaína a causa de esta visita; Freud terminó el texto del artículo a mediados de junio (se publicó el 1 de julio) y a principios de septiembre partía a visitar a su prometida.»
 
Como pasa algunas veces con los enamorados, Sigmund se dejó llevar no por el enamoramiento, sino por el en-amor-miento.
 
 
José Manuel Coaguila

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